EL TESORO
Pedro Barber
El reloj proyectado en la pared marcaba las 23:56 horas, por lo que el 25 de febero de 2027 empezaba a agonizar. Como cada día a esa hora giró el mando instalado en el brazo derecho del sofá y el televisor se introdujo lentamente en el techo, la cama con el colchón de látex ionizado se deslizó desde el compartimento subterráneo, las luces adoptaron el modo noche y las cortinas adquirieron su tono más tupido. Se acostó y esperó hasta que, a las 12 en punto de la noche, la ciudad desconectó el suministro de energía. Silencio y oscuridad. Entonces se levantó sigilosamente, no necesitaba luz porque conocía el camino de memoria. Palpó un resquicio situado al lado del aseo y, tras el chasquido de apertura, subió la compuerta. Encendió una de las cerillas que tenía guardadas en el bolsillo y dio fuego a la lámpara de gas. La pequeña sala se iluminó inmediatamente y él se desplazó por los estrechos pasillos creados entre las estanterías. Se puso los guantes y se dirigió hacia el fondo, tercer estante séptima balda, para disfrutar de su pequeño vicio diario. Un tesoro difícil de valorar en aquellos tiempos. Escogió un clásico del siglo XX, El país de las últimas cosas. Acarició con mimo la portada, buscó la primera página y dejó que Auster le introdujese de nuevo en un tiempo donde leer en papel no era delito.
Imagen: cubierta de El país de las últimas cosas. Paul Auster. Anagrama.