El desierto surgido de un telar gigantesco: tenso por un lado y por el otro flotante, formando dunas, pliegues, arrugas, desniveles.
El tejido sudanés plagiado por Paul Klee. O la piel de una mujer: recovecos, recodos, sinuosidad, dunas, pliegues, arrugas, desniveles.
Caligrafía generatriz contra tachones, sobre el papel un cuchillo que rasca lo escrito hasta emborronarlo. Una página arrancada como un pétalo de flor del desierto. Escasa. Superviviente.
A primera hora de la mañana la abuela infernal barrió el patio con su energía de tornado. Después entró en el cobertizo y cuando me vio detrás de la cortina me empujó con la escoba. Dijo que la molestaba, que no la dejaba seguir con los preparativos y que aún era demasiado pequeña para estar allí. La leche de cabra del vaso de mi desayuno se cayó al suelo.
Corrí hasta los árboles y acaricié la piel de un tronco que parecía un cocodrilo disecado.
Se me pegó a los dedos una gota de resina con forma de lágrima de muñeca pero sólida. Mientras la alargaba y apretaba la dibujé en mi libreta con Jasmine en la tapa.
La goma arábiga por su textura membranosa parece un despojo animal. Con esta sustancia los árboles impermeabilizan sus cortes, protegen las heridas de los gérmenes pero una vez tras otra les roban sus talismanes ámbar, el ungüento con el que intentan curarse las cicatrices infligidas a sus cortezas.
De las acacias, la niña sólo sabía que ahuyentaban la mala suerte.
Canturreaba mientras con una hoja de afeitar oxidada trazaba signos sobre la tierra cuarteada también como la piel de un cocodrilo disecado.
Envolvió la cuchilla en el papel de celofán de un caramelo con letras como serpientes y puntos como ojos de lagarto junto con la burbuja gelatinosa y vegetal. Sintió hambre.
1
De regreso vio a su padre en un bar. En la terraza destartalada las mesas tenían manteles rojos y sobre ellos vasos de cristal con hojas verdes. La saludó con la mano, desde lejos, como si no fuera su hija. No se acercó.
Cuando ya veía la casa de barro con las ventanas de madera azul turquesa y la puerta de color crema escuchó los gritos de su prima.
Sin pensarlo corrió hacia el puerto hasta que una mujer con un fardo amarillo sobre la cabeza la llevó a casa de su abuela. Cuando entró ésta enjuagaba en un barreño un trapo rojo como el mar de Port Sudán. Mientras su madre le susurraba a la otra niña mientras la arropaba una canción en árabe que hablaba de un buen marido y de armarios grandes.
Apenas se le veían los ojos bajo un ajado paño con vinagre que le cubría casi toda la frente. Ya no gritaba pero lloraba muy despacio. Le quitaron un espíritu maligno. Mi madre asintió. Y añadió que cuando éste se desvaneció le llenaron el patio de regalos que ella aún no había visto y que antes de un mes estaría perfectamente y ya podría vestirse con telas nuevas e incluso maquillarse los ojos con khol. Mi prima casi no podía hablar, algunas frases no las acababa, en otras se paraba a medias y a pesar de la cataplasma maloliente noté que le ardía la piel.
Cuando nos quedamos solas me contó que por la mañana llegó una mujer desconocida desde una región del interior a la que pagaron mucho dinero porque tenía poderes. La desvistieron en el cobertizo mientras la curandera le decía que iba a tener mucha suerte en la vida. Después le vendaron los ojos, le metieron un trozo de tela áspera en la boca y le sujetaron los brazos y las piernas. Reconoció las voces de varias vecinas. Una de ellas se sentó sobre su pecho y ya no pudo moverse. Sintió un dolor muy intenso, como que se cortaba con un cristal. Después se desmayó.
2
El barco mecido en el tiempo. Tras la llegada durmió tres días seguidos. Temía despertarse a la repetición, atravesar de nuevo las olas. Tanto mar para encontrar una familia así. Sólo su prima valía la pena y enfermó aunque sonreía en sueños.
Todo esto sucedió durante su viaje a África. Así lo escribió en esta libreta. Sobre el pantalón azul de la princesa de Disney fue anotando las escalas: Port Sudán, Suez, Puerto Saíd, Génova, Marsella y Barcelona. La niña reapareció en su colegio sana y salva, lejos de los árboles que lloraban como anotó en el cuaderno.
En el último párrafo decía que aquella redacción trataba sobre sus vacaciones de verano.
Le entregó la libreta a su profesora y al día siguiente las dos después del recreo salieron del colegio juntas y fueron a la comisaría del barrio. La niña como disculpa le dijo al policía que necesitaba escribir porque se expresaba mejor así. Él también leyó su cuaderno. Cuando le preguntó qué tal se encontraba le entregó la hoja de afeitar y el lóbulo gelatinoso, aunque ya un poco seco, porque no sabía donde guardar aquello. No quería ir a la cárcel pero la próxima vez que quisieran llevarla a África se escaparía. Él le dio su teléfono y su profesora también para que los avisara si ocurría algo parecido a lo de Port Sudán en Barcelona entre sus amigas o si llegaba alguna mujer desconocida a su casa.
Esa noche la niña después de hacer los deberes vio Aladdin mientras comía palomitas y apretaba en su mano el celofán ámbar con letras como serpientes y puntos como ojos de lagarto dentro del que había envuelto los teléfonos talismán.
Las páginas de su libreta aún en blanco eran un desierto por un lado tenso y por el otro flotante como el tejido sudanés plagiado por Paul Klee. O como la piel de una mujer con desniveles, pliegues, dunas, recodos, y sinuosidad.
En ese arenal baldío estampaba su caligrafía generatriz como acacias que tachaban el silencio. Muchos años después supo que su escritura servía para enfrentarlo.
Rosario Raro.
Imágenes:
Flor del desierto: http://elmundodeviky.blogspot.com/2010/05/flor-del-dsierto.html
Título de la película del mismo nombre (Sherry Hormann. 2009) protagonizada por Waris Dirie.
Más información sobre su historia en: