Miércoles 30 de octubre
Sala San Miguel. Calle Enmedio, 17
19.30 horas
Elogio
de la simultaneidad y del efecto mariposa
Este
informático del ayuntamiento de Castellón, antiguo alumno del
«Taller d’Escriptura Creativa de la Universitat Jaume I», ha
revolucionado las letras españolas en los últimos años. Desde que
decidiera publicarse su primera novela El
bolígrafo de gel verde y fuera
captado por la todopoderosa editorial Espasa, Eloy Moreno ha vendido
centenares de miles de libros y ha sido traducido a diversas lenguas.
En Lo que encontré bajo el sofá
(Madrid, Espasa, 2013) deja al aire los secretos que nunca perdemos,
sino que extraviamos temporalmente.
Tras
el éxito de ventas cosechado con El
bolígrafo de gel verde, en su segunda
novela, Eloy Moreno se adentra en la expectativa de compartir un
secreto que tira del lector para adentrarlo en el conocimiento de una
vivencia que se adivina agazapada en un rincón que se resiste al
asedio del olvido como el arpa de Bécquer tantas veces nombrado en
este libro. Desde un principio, Lo que
encontré bajo el sofá pespunta un par
de historias que transcurren paralelas, se trenzan y se cruzan de tal
manera que mientras se sigue el hilo turístico y aséptico de una no
puede olvidarse la avalancha de miedo y barbarie que inunda la otra.
En el cruce de argumentos, como dos cables eléctricos, saltan
chispas y cada una de ellas constituye una vida que se enfrenta a una
polifonía caleidoscópica de personajes nuevos, encerrados en sus
apartamentos, que pueblan la geografía toledana como en una página
de sucesos. Se entra entonces en un goteo de acciones como si una
cámara inversa de televisión fuera inundando un hogar tras otro
para descubrir cómo se vive o se muere allí. El mundo se revela
como una sala repleta de relojes con los que medir cada una de las
vidas y es entonces cuando alguien se detiene en el escaparate de una
relojería y decide contar qué pasa en cada una de ellas.
La multitud de
historias que se abren en las páginas de la novela permite que se
busquen unas a otras para retroalimentarse, para añadir tensión a
unos encuentros que se imaginan violentos; si no físicamente, sí
para el esqueleto que sostiene el alma de cada ser y lo baña de
deseo, de sexo, de miedo… Eloy Moreno deja caer una de esas trampas
de los indígenas que disparan flechas en todas direcciones y en cada
dardo van escritas las vivencias de un personaje que estalla y se
proyecta hacia el vacío, pero que rebota y se entremezcla como un
todo simultáneo que se sucede como un rizoma oculto; y es así cómo
de cada nudo se abren nuevos argumentos, nuevas posibilidades que
ficcionalizan los entresijos de la vida misma.
Y, por si fuera
poco, de vez en cuando salen a la luz diversas leyendas relacionadas
con la ciudad que sirve de algo más que de decorado, Toledo. La urbe
adquiere una virtualidad simbólica que la convierte en laberinto de
calles en las que se esconden secretos que servirán de excusa para
ser manifestados con el fin de ser sometidos cara a cara con el
tiempo presente de los acontecimientos que se narran. Leyendas
(caballeros, callejones, incluso la de Juanelo al que Jesús Ferrero
le dedicara una novela homónima…) frente a la realidad (crisis
económica, despilfarro de los políticos, “aeropuertos sin
aviones”, colegios con menos profesores, “edificios culturales
sin uso”…) y, en medio, los personajes que luchan contra sí
mismos y contra una sociedad de la que se saben víctimas les
estigmatiza y que, por tanto, no les redime. La novela busca también
la rebelión del lector, despertarle de un letargo al que le ha
conducido el cabreo reinante y llevarle a tener ganas de cruzarle la
cara al primer político que se ponga por delante.
No obstante, sumergida en el tsunami de tanto
flujo vivencial y simultáneo, destaca la historia de alguien que se
pierde entre tanto laberinto, que cae y se siente caer sin poder
hacer nada por evitar el protagonismo de un secreto que, como otros,
se consagrará ¾o
no¾
al olvido de simples objetos perdidos bajo el sofá. Mientras la
protagonista ¾Alicia
(la que cruza al otro lado)¾
batalla con las circunstancias que la asaltan, como en “Tres
muertes” de Chéjov, otras tantas vidas sufren en sus apartamentos,
en sus habitaciones de hospital o en sus parques la vorágine de una
misma fuerza que se presenta como una reacción en cadena, acaso la
vida misma, que les zarandea y les obliga a derrotar hacia
situaciones en las que, a veces, no quieren verse. El precio de la
vida es asistir a toda una suerte de acciones escalonadas que nos
afectan por el mero hecho de estar allí donde algo ha de suceder, y
el éxito consiste en luchar a brazo partido por salir a flote, a
pesar de tragar agua de vez en cuando.
PASQUAL MAS I USÓ