Alegorías.
Tras la jubilación, Matías, Antonia y su hermano Juan, consagraban el tiempo que no dormían en ver la televisión sentados en el sofá. Un verano, su sobrina les pagó un viaje a Benidorm, con la sana intención de que escaparan por unos días de su reclusión voluntaria. Para ellos fue un verdadero suplicio. Juan padeció una insolación, a María le atracaron al salir del supermercado y para colmo a su regreso perdieron el autobús en el área de servicio de Albacete, acabando el viaje en taxi.
Ahora se limitaban a ver la televisión. Sólo los anuncios y sin voz. Escapando de lo que ocurría en el exterior de su confortable y seguro saloncito. Con la luz apagada, quedaban sumergidos en un mundo de coches fantásticos, hamburguesas con sonrisas de payaso, cuerpos esculturales, cremas depilatorias, viajes a buen precio y todo lo que el universo de la publicidad les ofrecía. Un mundo mágico, sin atracos, sin dolencias, sin contratiempos.
Las tinieblas del saloncito, era profanadas por los súbitos cambios de imagen que la pantalla de 36 pulgadas les ofrecía. Matías caviló que aquello no debería ser bueno para la vista y tras un intenso debate, decidieron confeccionar unos cucuruchos hechos de cartón y forrarlos de papel de aluminio con los que cubrirse la cabeza. En ellos, la luz de la televisión se reflejaba, destellando en el espejo de la cómoda. La iluminación de la farola de la calle proyectaba sus puntiagudas siluetas sobre la pared, consolidándoles en su unión televisiva, sugestivamente anclados al sofá.
Para los vecinos su actitud era poco menos que extraña, digna de análisis. Alguno incluso, llegó a insinuar entre risas que si Platón viviera, explicaría esta conducta de forma filosófica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario