Página del libro |
Raúl Ariza
La suave piel de la anaconda
Talentura, Madrid, 2012.
Tras Elefantiasis (Policarbonados, 2010), el benicense Raúl Ariza publica en Talentura un nuevo libro de relatos breves, cortados por el patrón de la supervivencia cotidiana en un mundo desencantado. La suave piel de la anaconda insiste en las microbiografías de personajes derrotados que cercan las pocas historias en las que el amor emerge, como islas volcánicas, para lanzar una tabla de salvación ante la desesperanza, la incomunicación y el olvido.
Hay relatos en La suave piel de la anaconda que se leen como se escuchan las confesiones en los programas nocturnos de la radio. Una cierta desolación asoma en cada historia que se vierte como un dolor lento, arraigado en la lejanía amarga que lo engendró. Aunque se esté frente a un descubrimiento vital, una melancolía de cocina desordenada, de tarde de domingo sin llamadas, inunda los relatos de Raúl Ariza, que sitúa la instantánea de lo cotidiano tras un filtro que unas veces estrangula el aliento y otras nos instala en el gozo jugoso de un momento parecido a la felicidad. Son derivas provocadas por el consumo desganado de lo cotidiano, quizá porque el protagonista de estos fogonazos de realidad no es otro que el ser humano disfrazado de ofidio bello y seductor, pero portador de un veneno que regurgita inevitablemente.
La suave piel de la anaconda traslada y asimila los comportamientos de los seres condenados a no entenderse: reptiles y humanos son incapaces de establecer conexión alguna según los zoólogos y, sin embargo, hay patrones que le sirven a Raúl Ariza para dividir el libro en varias etapas, en varios anillos elaborados con una práctica de la escritura que desviste el lenguaje de molestos ropajes y florituras. Fiel a la máxima de la concentración de la anécdota, Ariza destila la toxina de cada suceso y la ofrece como un licor de trallazo corto y definitivo. Y lo hace presentando la escena de lo narrado como el que ve el teatro desde un lateral del escenario, lo que le permite un ángulo nuevo, pues observa al personaje y al espectador a un tiempo: sabe de la angustia que le corre por dentro al protagonista y del desamparo del que observa y no hace nada o no puede hacer nada por solucionar el conflicto. Es como si Raúl Ariza nos estuviera diciendo a través de sus relatos que es imposible salvarse, pero nos queda nadar contra la corriente.
Asistimos a una amalgama de cinco desencuentros que contienen diez relatos cada uno, cuyas crónicas desgarradas están constituidas por brechas abiertas causadas por la inseguridad, el esfuerzo baldío, el engaño, la enfermedad, la violencia y hasta las armas; y, por último, encontramos un cierre, “El dios de todas las cosas” en el que el narrador desafía la luz que nutre la historia, y nos ofrece la clave de la escritura: del sol depende la vida y del escritor las palabras para contarla. Cada uno de estos cinco trancos, precedido por una breve nota que alude al comportamiento del ofidio amazónico, responde a un capítulo virtual que bien podría ser “Crímenes”, “Pérdidas y separaciones”, “Soledades”, “Encontronazos, permutas y deslices sexuales” y “Declaraciones de amor”.
Encontrarse de nuevo con los relatos de Raúl Ariza, algunos pertenecientes a su blog “El alma difusa”, no hace más que confirmar la trayectoria de este escritor que escribe con voz de radio de madrugada, tan próximo, tan de lo que ocurre en el apartamento de enfrente o en nuestro desencanto.
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