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Detrás del abanico
Fans de Olivia que se desplazaron desde su lugar de origen para este encuentro
Olivia Ardey con Pasqual Mas y Rosario Raro
Autores participantes en el Taller de Escritura de la Uji
Asistentes
Presentes
Novelar bajo
dardos enamoradosDetrás del abanico
Fans de Olivia que se desplazaron desde su lugar de origen para este encuentro
Olivia Ardey con Pasqual Mas y Rosario Raro
Autores participantes en el Taller de Escritura de la Uji
Asistentes
Presentes
Sonrientes
Olivia
Ardey es una de las novelistas del género romántico más exitosas
de hoy en día. De sus cinco novelas, comentamos Dama
de Tréboles (La esfera de los
libros, Madrid, 2009), Delicias y
secretos en Manhattan (Éride,
Madrid, 2001) y Regálame París
(Versátil, Barcelona, 2013) como muestra de cómo convertir
renglones en flechas encendidas de amor.
A
juzgar por las nuevas editoriales y colecciones, la novela romántica
hace años que ha despertado gracias a haber dejado atrás el rancio
comportamiento de unos personajes empolvados como estantiguas. La
novela romántica de hoy responde al mundo moderno con sueños
«realizables» en nuestro día a día. Los protagonistas de estas
nuevas entregas conducen utilitarios, viajan en lowcost
o cabalgan una motocicleta; eso sí, de cilindrada vitaminada. Pero
también tienen infancias difíciles, madres con alzheimer, acuden a
reuniones de tuppersex
y sufren los zarpazos del desempleo: el protagonista tipo de la
novela romántica actual es nuestro vecino o nuestra vecina
embarcados en una aventura que el lector sabe que acabará bien.
Contamos
con buenas escritoras ¾a
menudo adargadas tras pseudónimos¾
que se han lanzado a este modelo narrativo y que, dispuestas a no
complicarle la vida al lector, se emplean en estructuras lineales ¾a
veces en paralelo, como en Dama de
Tréboles¾,
en mecanismos de técnica narrativa sencillos y en guiños
intelectuales fácilmente reconocibles. Sin embargo, en ocasiones no
se puede huir de la necesidad de solucionar problemas como, por
ejemplo, Olivia Ardey en Regálame
París, cuando se ve en la necesidad de
transcribir el diálogo entre dos hermanas ¾una
de ellas sordomuda¾
en lengua de signos (RP: 126). Por cierto, que la misma obra recurre
a los títulos de películas para identificar cada uno de los
capítulos, lo que prepara al lector ante los hechos que se va a
encontrar; aunque ya en Drama de
Tréboles se destapa con la paráfrasis
de una frase de El Padrino:
“tengo una propuesta para usted que no podrá rechazar” (DT: 14).
Todos estos recursos evidencian un proceso de escritura reflexivo
equiparable al de cualquier obra literaria, aunque en esta ocasión
sea el tema y el final climático lo que la caracterice.
En
la novela romántica de Olivia Ardey la mujer pasa al terreno activo
y es la que conquista, la que echa mano del juego erótico no solo
para conseguir al hombre sino también para ponerlo a prueba,
llevándoselo a un club de intercambio de parejas (RP) ¾lo
que introduce esta narración en el género chick-lit¾,
o enfrentándose a las decisiones de su marido y demostrando sus
habilidades montando a caballo o lanzando cuchillos (DT: 109).
También es de reseñar cómo Olivia Ardey toma
riesgos temáticos, sobre todo en Dama
de Tréboles. Si fuera esperable ubicar
un encuentro amoroso en París (RP) o en Nueva York (DSM),
desconcierta que la escritora traslade la acción de la obra al
lejano Oeste de finales del siglo XIX y, no obstante, consiga su
mejor obra, con aires de Mark Twain. El atrevimiento va más allá al
trenzar dos líneas argumentales: una, la principal, con un triángulo
amoroso y otra, la subsidiaria ¾semejante
a «La Gitanilla» cervantina¾,
con una investigación en marcha, las cuales habrán de cruzarse (DT:
297), aunque cada una tenga su propio clímax (DT: 248 y 345) y se
nos reserve una coda que prolonga con misterio e interés el
verdadero final de la novela.
En Delicias y
secretos en Manhattan, al igual que
hiciera en Dama de tréboles,
sitúa la acción en América y en el pasado, esta vez en el Boston y
el Manhattan de los años veinte: Ley Seca, personajes de mundos
diferentes, hotel de nombre siciliano y un destino que a pesar de
todas las intrigas y los peligros habrá de cumplirse.
Por último, un dato más que demuestra la
reflexión previa a la escritura se muestra en cómo adapta la
Historia a la historia de la novela, falsificando fechas para
favorecer la argumentación y dar prevalencia a la literatura, un
auténtico dilema que se resuelve favoreciendo la verosimilitud
frente a la realidad: todo un reto. Y ello, en Dama
de tréboles se hace patente al correr las
fechas de la construcción de un edificio o de la presencia de una
funámbula: la novela gana siempre y los lectores, en el caso de
Olivia Ardey, saben apreciarlo.
PASQUAL MAS I USÓ
FIN
DE SEMANA EN INDIAN CREEK
Hubo un austriaco que nació en la misma época en la que el rancho de los Gallagher recuperaba su fulgor. Fue Ludwig Wittgenstein quien además de edificar todo un sistema filosófico le construyó a su hermana “una casa de una gran belleza espiritual”, que fundamentaba sus proporciones perfectas en la pureza y la claridad.
Con la
mansión en la que he pasado el fin de semana sucede lo mismo: tiene
un tejado a dos aguas -rojo escarlata por un lado ybeige por el
otro- que sin embargo, no me ha guarecido del aguacero que convertía
mis pómulos en un tobogán acuático cuando he sabido que Will
Iktomi se reencontró después de ocho años con Linette-Estrella- o
los Gallagher decidieron pagarle a su sobrino Joseph la carrera de
medicina. Ambas noticias me erizaron el alma porque vivía con ellos
cuando esto sucedió. Aunque pude quedarme mucho más tiempo allí,
en cuanto estuve sola me recorrí la vivienda entera: desde el porche
hasta el desván y ahora ya viajo de regreso a casa a lomos del
ferrocarril de la Union Pacific donde escribo esta carta.
La vida es el arte del encuentro y por eso estoy encantada de haber conocido a Matt, a Emma y a todos los demás que me han concedido el privilegio de compartir con ellos todas las emociones artísticas y majestuosas que germinaron de un naipe con tréboles pero de cuatro hojas: esperanza, fe, amor y suerte es lo que hay en la novela y a la vez lo que como talismán transmite.
Incluso a la otra Emma, a la hija de Flaubert, la historia de Ethan y Linette le hubiera aumentado la cordura y alejado de la enajenación porque estas 365 páginas alienan pero por su realidad. Desde Kiowa Crossing hasta Denver despliegan un mapa de la ternura o carte du tendre pays de espejos -donde reconocerse completamente- pero sin espejismos.
Si fuera capaz, te hubiera escrito las dos páginas que le faltaban a aquella novela que leíste. Tú crees que se perdieron, que se desencolaron porque estaban mal cosidas, pero están guardadas dentro de una caja de música, junto a la bolsa en forma de tortuga del reloj con las iniciales grabadas y varias fotografías.
E inevitablemente, porque es una cita de Madame Bovary: “La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los ojos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas".
En este caso, Olivia, has conseguido ambas cosas: que nos bailen los ojos y conmover a las estrellas.
Rosario Raro
3 comentarios:
Me dejáis sin palabras. Gracias por estas valoraciones tan generosas conmigo y mis libros, un honor. Abrazos.
Al ver estas fotos me doy cuenta de que soy el “Mudo de las lamentaciones”. Mudo porque, por no haber podido asistir, no pude felicitar por su nuevo trabajo y todos sus anteriores a Olivia Ardey a la que lamento el no haber escuchado porque, como bien dices, es siempre un placer el hacerlo.Y de las lamentaciones, porque lamento no haber contemplado ese lleno hasta la bandera en el aula -que diría Pascual. No haber abrazado a mucha gente que aprecio y que hace tiempo que no veo, como esa maga de los colores llamada Maria Olmeda que estaba junto a su marido en primer plano ¡chupando cámara!; pero, sobre todo, el regreso al ruedo literario (¡cómo se nota que le hago la pelota a Pascual Mas!) de ese ser que rezuma bondad por todos sus poros: ENRIC SERRA I FABRA. Gracias Rosario por haberme permitido dejar de ser mudo, aunque sea por escrito, y expresar aquí mis lamentos.
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