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Curso 2016/17

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Rafael Mesado al taller d'escriptura de la Universitat Jaume I

DIMARTS 5 DE DESEMBRE A LES 18.00 HORES





Rafael Mesado
Laberintos
Madrid, Huerga & Fierro, 2017.


Rafael Mesado (Betxí, 1962) publica en 1990 —en catalán— Poemari del silenci y L’espiral del dies, dos poemarios que marcarán su poética heterodoxa (orientalismo, filosofía, pintura y vanguardia) centrada en el descubrimiento de una cosmogonía herida pero en movimiento. En 2012, con Samsara da un gran salto cualitativo en su poesía y será ahora, con Laberintos —en español—, cuando certifique el tino, el rigor y la profundidad de su mensaje poético.


Este extenso poemario, el primero en lengua castellana de Rafael Mesado, está estructurado en diez partes relacionadas con sus estudios e inquietudes artísticas, literarias y de formación espiritual. El poemario debe el título a Juan Ramón Jiménez, en tanto que en Laberinto (1913) se decanta por expresar la crisis del ser humano y su relación con la realidad, así como la verdadera proyección del poeta como artista y creador en busca de la autenticidad.

Rafael Mesado somete el lenguaje poético a diversas técnicas compositivas, como si quisiera referenciar las últimas etapas de la poesía moderna. Sin apenas puntuación, salvo en el octavo apartado por imperativo de la prosa poética, el poema establece su propia sintaxis. Además, cabe advertir en la lectura de los poemas de este autor de secuencias con una separación mayor entre palabras o entre sintagmas dentro del mismo verso —a modo de cesura que sobreviene inopinadamente—, lo que invita a un paladeo que dota a las palabras, atrapadas en esas pequeñas islas flotantes, de un significado si no más profundo, sí más intenso en su inmediatez.

Al principio, “Samhadi” (en alusión al “samādhi” o estado de reflexión, meditación y recogimiento) supone una constatación de ausencias, de pérdidas, de objetivos dejados atrás; y de ahí ese recurso tan de T. S. Elliot de enumerar lo que ya no se tiene, la insistencia en lo desaparecido —incluso un poema lleva por título “Nada”— y en cómo en el instante en el que se recurre al encuentro con lo buscado este no se encuentra: “sin ti […] / sin mar […] / sin noche […] / sin tormenta […] / sin sol  ni miedo  ni oscuridad.” Será en el reconocimiento de todo lo que no hay donde se asuma la magnitud de la desolación que se genera; aunque, sin embargo, el mensaje no se hunde en la desesperación, sino que camina hacia la iluminación, el “Satori” zen, que desnuda al lenguaje con una actitud muy cercana a nuestra Mística, empecinada en describir lo inefable: “Caen las palabras como hojas / heridas por las saetas del otoño / se desnuda el lenguaje / en un desierto de colmena de viento”.

“Contraseñas” homenajea a través del diálogo a poetas, agitadores culturales o músicos que, de alguna manera, han protagonizado acercamientos a lo oriental (Alan Watts) y a la frontera difuminada en la que fluye la ensoñación, la marginalidad, lo onírico y, en suma, lo revolucionario, a aquello que nos conduce a un más allá, a un estadio superior desde el que divisar la luctuosa mediocridad de lo real. El poeta no duda en interpelar a André Breton, Arthur Rimbaud, Allen Ginsberg, William Blake, Gilles Deleuze, Patti Smith, Patricia Higsmith, Tristan Tzara, Valle-Inclán, Julio Cortázar, Aldous Huxley y a Carlos Edmundo de Ory, del que el poeta es uno de los máximos estudiosos. A parte de la vertiente culturalista que se encierra en estos diálogos, poblados de momentos biográficos que los sitúan en el vórtice de sus respectivas revoluciones (surrealismo, dadá, beat…), el elenco de autoridades abandera todo un teritorio en el que descansa la poética de Mesado tan inmersa en la búsqueda de lo interior a través de posturas rompedoras. Se trata, por tanto, de una invitación a no quedarse en la cáscara de lo que representaron los personajes citados, sino a descubrir lo que quisieron decir.

“Opacidades y transparencias” se centra en un lenguaje lúdico basado en el roce con las paronomasias y en la búsqueda del ritmo centrada en la reiteración de las palabras, sobre todo en posición inicial, abriendo el verso hacia una nueva definición —que no será la única en el poemario—, en una salmodia que avanza y descubre el secreto de la escritura: salir del laberinto mismo que la crea.

Así mismo, aprovecha el discurso poético para reflexionar sobre algunos conceptos del arte poética, como la esencia de la metáfora —“metamorfosis del sentido”—, y en cómo la poesía se desnuda del barroquismo para acceder a la verdad del cambio para seguir siendo lo que se es.

En “Juegos” se divierte con las palabras, con su ubicación en el espacio de la página, con la creación de neologismos que, en ocasiones, tras una vis cómica, esconden la profundidad de un mensaje que nos sobrecoge.  De ahí que entre aleaciones de signos de puntuación, aforismos, versos microrrelato (“Siempre viva / A la luna le han salido bigotes / de gato   De tanto respirar), onomatopeyas (“Pof”), poesía experimental (Mis labios te pronuncian / pronuncios que me labrician…”), metáforas definición (“Mentir es morir por dentro”) y fragmentos en cuasi glíglico.

En “Diez textos adosados siguiendo la técnica del enderezamiento” Mesado se ejercita en la contrafacta postista, en tanto que toma textos de autores conocidos (Blas de Otero, Carlos Bousoño, José Hierro, Jaime Gil de Biedma, Juan Ramón Jiménez, Ricardo Molina y Vicente Aleixandre) y los atomiza para, así, hacer progresar algunas palabras y, como en una correlación que reorganiza el caos les da una nueva distribución que, a pesar de su plurisignificación, no oculta el eco de los textos primigenios. Será en este apartado en el que pague explícitamente el peaje a Juan Ramón al convertir su “Color de jazmín” en “Calor de Delfín”.

En “Poemas de hospital”, de manera sobrevenida, como acomete la enfermedad, el poeta se abre sin vendajes al designio degradante del que nos informa. Tan solo con la lectura de los títulos —“Sangría”, “Trombosis”, “Enfisema”, “Analítica, “Taquicardia”, “Colapso”, “Morfina”…—, la lectura de estos epígrafes constituye una suerte de poema enumerativo que descubre la certeza de una convalecencia auspiciada por una “respiración artificial / el acordeón elástico del soplido / el oleaje eterno de poliuretano / mmmmm”.

“Algarabía” es una sucesión descriptiva que estalla en la página, que la inunda —poemas larguísimos— buscando una confusión de voces que ponga en claro esta amalgama con visos de automatismo léxico.

“Laberintos” está formado por poemas bloque con la caja tipográfica justificada, sin concesiones al hueco versal, con el texto dispuesto como un plano que invita a traspasarlo, y de ahí la insistencia en los caminos que conducen a la otra parte del cristal, del espejo de Alicia, de la realidad. Hay que ir más allá de estos “ladrillos”, a través de ellos, para alcanzar al signo, al silencio, al deseo, a la poesía y a la luz. A pesar de que esta sección alude al poemario de la primera etapa de JRJ —aunque hacia el final—, su escritura nos lleva más hacia la última fase del nobel español, concretamente a su libro Espacio.

En “Metapoemas”, Mesado se revuelve hacia el texto para reflexionar sobre su génesis y composición y desvelar la poética que lo perfila. El poema no es aquí más que un tránsito, un camino que filtra el acceso a la verdad más allá de las palabras y del silencio, los dos constituyentes inmediatos que lo forman.

Y en “Poemas líquidos”, como si se tratara de exprimir un leitmotiv (agua, lágrimas, lluvia, mar…) a través de imágenes atrevidas —casi greguerías, algunas— en las que el agua imparable se filtra (“fugitiva cual un agua entre hierba”, dirá Juan Ramón Jiménez) y da vida: “El agua siempre / circulará a través del secreto más escondido”. En esta parte, como colofón, las imágenes libérrimas inundan el poema como el reflejo de un caleidoscopio surrealista que se somete al vaivén, movimiento que nada cambia (recuérdese a Valéry), precisamente porque esa es su esencia, la permanencia del todo (naturaleza, amor, poesía…) mientras se descubren las galerías del laberinto que las funda.

En suma, Laberintos es un poemario profundo y meditado en el que Rafael Mesado ha concretado su diálogo con la realidad que le acecha y nos ha legado los restos de un naufragio que se aventura revelador.
PASQUAL MAS


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