Marcelo Díaz nos visitará el martes 13 de febrero a las 18.00 horas en el aula 1210 de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de la UJI.
Misión de la palabra en el espacio
Marcelo Díaz
Criar la luz.
Madrid, Huerga & Fierro, 2017.
Marcelo
Díaz (Villasequilla, 1950) es un artista polifacético que se ha centrado en la
escultura y la poesía: A tiempo. Poesía y escultura. Es autor de los
libros de poemas Mar de costas, Sin cielo y Lindario.
Marceo Díaz, en este relato de la vida, esculpe en
el papel con palabras, juega con el vacío (silencio) en la página para demorar
los significados que se asoman en sus versos. El poemario se divide en tres
partes que nos sitúan en sendos grados del ciclo vital de la Naturaleza,
incluso del universo —“un cielo mínimo que acoge las galaxias”—, que
aluden al acto generativo, al pleno
estudio del sustrato aletargado y, finalmente, a la regeneración que habrá de
expandirse hasta abarcar un mundo del tamaño del hombre. Como en otras
ocasiones, Marcelo Díaz concibe los poemarios como un todo estructurado en
donde cada parte ofrece un punto de vista diferente sobre el leitmotiv que une
el contenido.
Al
principio, “La tierra, humedad, densa mina callada” se abre con un poema que
habla de proyectos desde una estatura a la medida de un artesano; o, mejor aún,
de un labrador que contempla la tierra a la espera del prodigio de la
germinación. Esa es “la partida”, poema al que sigue la certeza de que hay
alguien que recibe el mensaje y que se enrosca al eje creador/criador (la
etimología iguala los conceptos aunque hoy se prefiera relacionar uno con la
fundación y el otro con la formación), alguien que se sacrifica y se nutre,
alguien que en una escala de gemidos alcanza el núcleo generativo, alguien que
“estás” y que cede en su “dintel” y se abre al porvenir (boca, brocal, garganta).
Y, tras este acto inaugural —que conecta con el tono erótico de su libro Amarinte (prosa)—, comienza el “declive” con
un alejandrino de ritmo contemplativo: “El sueño en el atrio de la carne
delicada”; al que suceden otros decaimientos desolados, con “luz azul”, con
“niebla de muebles”, con “afán de crepúsculo” a la espera de que regrese el esplendor
de la luz del estío. Mientras sigue el sueño, continúa la espera de lo que
habrá de ser pero que aún es mera luz que se avanza, que se entrevé como la
llegada de la lluvia, como la mirada del escultor que intuye la forma oculta y
locuaz, la “luz buscada” que esconde el tronco sin desbastar, todavía mudo.
En
la segunda parte, “El brote de albar, los pasos debidos”, de 48 poemas
impresionistas, como pinceladas que ofrecen la improntas de momentos fugaces y
espacios de observación de la vida junto a la necesidad de contar lo que ve,
afronta la obligación debida: la palabra. Pero “el corredor vacío” se eterniza
y todo sigue siendo gris, “agua seca” y “solares sin casa”. Porque “a veces la
vida no ocurre”, es una suma yerma, un tiempo hundido en la arena, o, como
afirma el poeta: “tiempos en los que vivo no eres nada”, y se es un ser humano
en ciernes, no completo todavía (habrá de cumplirse el ciclo de todo el
poemario para serlo), un mundo a medias (con su génesis en el poema en forma de
tablas del Éxodo). Y la esperanza reside agazapada por más duro y
difícil que parezca: “Quistes
de sílex / a punto de encender siempre el pensamiento del crecer”, lo que viene
a decir que hay fe en lo que ha de suceder; aunque sea piedra seca, es pedernal
que enciende una luz futura, una chispa proyectada hacia el día de mañana, lo
que evoca el título del libro: Criar la luz.
Tras
esta segunda parte, que es como un barbecho aderezado desde la esperanza segura
de que es necesario mantenerse vigilante, incluso “dormido”, aguardando el
momento en el que surgir del letargo para que el ciclo se cumpla, en “Serás tú
y ya no serás nada de tu cuerpo, y de tu ropa, y de tus actos efímeros”, la
fertilidad soñada, la vida que corre levanta la frente y celebra la fundación
del ser humano como parte del círculo que perpetúa la vida. La “lava insumisa”
y la voz que aguarda enmascarada en las veredas alimentan los nuevos brotes,
superados los nudos y el viento que ahora son aire y manos que iluminan un
mundo nuevo con esa luz que “hace grande lo que estaba oscuro”.
En
suma, en Criar la luz se asiste a un
encuentro que fluye como una pedagogía de lo natural, que supone la
constatación de cómo la vida se cancela y se renueva ante la mirada del hombre,
el cual no hace otra cosa que asumir su lugar en el mundo, esperando la luz,
contemplándola y formando parte de ella: si la creación dimana de lo
trascendental, el “criar” depende del hombre, y esa es su misión, su génesis,
su vía y su centro: una luz sometida al imperativo de la metamorfosis.
PASQUAL MAS
Recipiente donante Abro mi cuerpo a los días y al tiempo
imparable
y me llena
y se derrama
un manantial permanente.
Es antiguo y tiene todos los nombres.
Y a
la
vez
se escapa y me lleva
vertiéndome en las horas.
La vida es un instante infinito.
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