EL
VESTIDO DE NOVIA
Elena
Torrejoncillo
Siempre
estaré agradecida a mi madre por haber tenido el acierto de llamarme
Esperanza. Creo que fue el mejor regalo que pudo hacerme. De algún
modo, ha condicionado mis actos e impedido abandonarme al desaliento,
en todos los reveses que me ha tocado vivir. Actualmente soy una más
de las muchas personas que, en estos duros tiempos, sobrevivimos en
las calles de cualquier ciudad, aunque seamos casi invisibles para la
mayoría de los transeúntes. Pero anoche la vida me hizo un regalo
que me hizo revivir algo de la plenitud de antaño y deseo escapar de
mi invisibilidad aunque sea solo por unos instantes.
Sucedió
cuando, en compañía del buenazo de mi Hércules, hurgábamos en el
contenedor de basura que nos procura el diario sustento. De pronto,
la luna descendió hasta el fondo y se detuvo, con un intenso
resplandor, en una bolsa de plástico en la cual yo no había
reparado La abrí, nerviosa e impaciente; en su interior un
amarillento vestido de novia, aún oliendo a decepción, se me
ofreció para reavivar mis perdidos sueños adolescentes. Lo acogí
emocionada y enseguida le comuniqué a Hércules que iba a vestirme
de novia para él. Se limitó a apretarme con fuerza la mano y
esbozar una sonrisa derrotada
Es
cierto que él nunca me ha dicho que me ama. No hace falta. Lo sé.
Me lo dicen sus gestos cuando pelea por ofrecerme el mejor de los
bocados. Cuando, durante la noche, en la fábrica olvidada que nos
ofrece refugio, bajo mantas y cartones, me abraza con tal fuerza que
absorbe todo mi frío. Según dice, las personas como
nosotros, carentes de futuro, no deben hacer promesas ni
hablarse de sentimientos. Su vocabulario solo alcanza la
supervivencia. Yo protesto. Argumento que, hablar así es admitir la
derrota y me niego a reconocer que sea esta nuestra situación.
Pasamos, como tantos otros en estos tiempos, un mal momento que no va
a durar siempre. Le digo que ahora estamos en lo peor, en el fondo
del pozo y ya solo cabe salir, porque ni él ni yo nos vamos a
resignar. Él se limita a esbozar esa media sonrisa suya que tanto me
enloquece.
No
deja de ser curioso el equipo que hemos formado, siendo tan
diferentes como somos. Él es de corpachón fuerte, muy fuerte, pero
débil sicológicamente. Se abate con facilidad y las adversidades le
doblegan el ánimo. Yo, por el contrario, encierro en mi cuerpo
frágil y menudo, un espíritu combativo que no suele arredrarse ante
los contratiempos. Nos complementamos a la perfección y
es por eso, creo, que nos hicimos inseparables desde el mismo día,
ya tan lejano, en que coincidimos rebuscando entre las basuras.
¿Cómo
llegué a esta situación? Ya no es tiempo de pensar en que todo pudo
haber sido de otra manera. Ha sido así y punto. Simplemente, la vida
se nos puso en contra. Hay noches en las que, en la quietud del
insomnio, la nostalgia se empeña en recordarme lo que fui. Durante
años yo tuve trabajo, incluso, un buen trabajo diría, gratificante
y bien remunerado. Pero las alas negras de la crisis comenzaron a
sobrevolar aquella que siempre había sido una sólida
empresa y, un mal día, tropezamos con el cierre echado. A partir de
ahí, el declive fue rápido e imparable. Acechada por una hipoteca
implacable e inmisericorde, agotados subsidios y prestaciones,
consumidos los ahorros, lo perdí todo. La calle fue el único lugar
cierto. Y en ella encontré a Hércules y a tantos y tantos otros con
historias similares a la mía.
Por
fortuna, también hallamos personas solidarias que nos ayudan a
diario. A mí siempre se me dieron bien las manualidades
y, gracias a una señora que he conocido a través de Cáritas, puedo
vender en la tienda de una amiga suya, algunos accesorios
confeccionados con materiales de reciclaje, El otro día me comentó
muy ilusionada, que unos grandes almacenes se habían interesado por
mis diseños y tal vez pudieran comercializarlos. Es posible que la
luz al final del túnel no esté ya tan lejos.
Debo
decir que me alegro de que mis padres hayan fallecido antes de sufrir
el dolor de contemplarme en semejante situación. Claro que, si ellos
estuvieran vivos, casa y comida no me iban a faltar, pero prefiero
haberles evitado el sufrimiento de verme en tales circunstancias. La
única familia que me resta es una hermana, cuatro años menor que
yo, a la que hace mucho tiempo que no veo. La última vez que nos
encontramos, pude percibir en ella un atisbo de incomodidad y, desde
entonces me he mantenido apartada, para que no se sienta humillada
por mi existencia. Es una actriz de éxito y mi situación no le
favorece. Ella vive en otro mundo, a años luz del mío. A veces
pienso en ella y me entristezco al recordar lo unidas que estuvimos
en otra época. Como hermana mayor, la protegí y apoyé siempre.
Incluso me enfrenté a nuestros padres cuando mostraron tanta
oposición a sus deseos de convertirse en actriz. Hicimos frente
común hasta lograr vencer su resistencia. Recuerdo su ilusión
cuando, con mi primer sueldo, le pude regalar aquellas gafas de sol,
de una firma, carísima, que tanto deseaba. Me comía a besos. Las
llevaba siempre, incluso en los días nublados. No hace demasiado
tiempo, aún pude ver como las lucía en la portada de una revista.
Ella se puede permitir esas excentricidades y hasta es capaz de
ponerlas otra vez de moda después de más de veinte años. O fue,
tal vez, un guiño a la nostalgia…
A
través de las portadas de esas revistas que ocupa de continuo, voy
sabiendo de su vida. Ya va por el tercer divorcio, creo. Me da pena.
Mientras yo -a pesar de mi miseria- he tenido la fortuna de encontrar
a Hércules -que me ama aunque nunca me lo diga- ella parece incapaz
de hallar a alguien que no persiga su riqueza o su poder. Resulta
demasiado tópico, lo sé, pero así parece. Cuando me acerco a
husmear por los quioscos, nadie adivinaría el parentesco que nos une
y, que tan solo cuatro años nos separan. Ella se muestra espléndida,
instalada en una juventud eterna, que parece haberla congelado para
siempre en las páginas del papel couché, mientras mí me
invade una vejez prematura que, a veces, parece querer arrugar
incluso el alma.
Pero
en estos momentos, vuelvo a sentirme joven y casi hermosa otra vez.
Vestiré ese traje que el azar me ha brindado y, como novia radiante,
me casaré con mi amor. Sin flores, música, padrinos ni invitados.
Él y yo. Los dos solitos, uniremos nuestras manos y nos miraremos
muy hondo. Unas tirillas de tul, anudadas en los dedos, sellaran
nuestra alianza. Después, aún vestida de boda, entre mantas y
cartones, una noche más, me cobijaran sus brazos y ¿quién sabe? si
tras una lágrima rebelde que no desee reprimir, le oiga musitar
un Te
quiero.
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IMAGEN
El Universo de Amidala (http://www.loresdelsith.net/universo/amidala/index.htm)
Una página especializada en el personaje de Star Wars Padme Amidala.
Y The padawans guide to star wars costumes (http://www.padawansguide.com/)
Una página muy completa sobre los trajes de toda la saga de star wars.
2 comentarios:
Espléndido relato. Al leerlo me siento muy satisfecho de estar rodeado en el taller de escritura de gente de esa valía. Pero, al mismo tiempo, hace que me pregunte: ¿Qué hago yo aquí?. Y es que no le llego ni a la suela de los zapatos. Pero algo en mi interior me dice que en las escuelas - y el taller lo es- siempre hay alguien que enseña y alguien que aprende o lo intenta. Y a mí me ha tocado ser de estos últimos, de los que lo intentan.
Quizá, y por poner algún pero, creo que sobran algunas comas.
¡Enhorabuena eLena ToRrejoncILLO!
Un sueño de amor disfrazado de crónica sobre la crisis. Me gusta el talante resignado y esperanzador de la protagonista, trazados con tres pinceladas: el nombre, el traje, y la creencia de que su Hércules la ama aunque no se lo diga.
Saludos indignados-resignados.
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