Librería Argot de Castellón, 18 de abril.
Amelia Díaz, Miguel Torija, Víctor Aranda y Rosario Raro
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Booktrailer Cuando la vida se pone perra
Cuando la vida se pone perra acumula sobre la verdad capas de
sedimentos. Estos compuestos se incrustan en costras fijadas y
superpuestas. Son los estratos geológicos, producidos por las
diversas traiciones y anhelos contrariados que ha supuesto el
desmantelamiento del estado de bienestar. Dentro de la piedra hay
seres disecados, suspendidos, que esperan la resurrección antes de
que se les acabe el escaso oxígeno almacenado, no ahorrado.
Esta cotidianidad tan ficticia plagada de números pertenece al
género del thriller porque la habitan sus personajes más
representativos: vampiros que succionan desde los bancos a los
jubilados, zombies mal enterrados que regresan de un más allá
demasiado cercano, fantasmas que visitan El Escorial, de ahí su
etimología, con la excusa de una boda, monstruos sin escrúpulos que
ríen a carcajadas cuando los niños hambrientos se desmayan en
colegios también famélicos y demonios que suplantan a Dios, lo
conjuran con sus rezos para que no se le ocurra reaparecer en medio
de un cónclave.
Sucede en esta situación que a las cosas ya no se las llama por su
nombre sino que se habla de optimizar,
racionalizar, sobriedad, priorizar, consolidación, equilibrar,
moderación, regularizar, sacrificio, ahorrar, contención,reforma,
concertar, reorganizar, ajustar, reajustar, mesurar, corregir,
acotar, dimensionar, redimensionar, reestructurar, productividad,
rigor, armonizar, externalización, austeridad,
los términos que enumeran ciertos gerifaltes del relato “El
intérprete” hasta que este, que no se resigna a su función de
mero transliterador decide poner los puntos sobre las íes y le
transmite a la ciudadanía el siguiente mensaje: Hemos
decidido privaros de la sanidad y la educación para que os muráis
antes que nosotros y para que vuestros hijos estén peor preparados
que los nuestros.
De esta forma
resume el protagonista, por su cuenta y riesgo, es decir, revela con
valentía, el leit motiv
programático que nos desestabiliza en este contexto: el
hombre ha dejado de ser la medida de todas las cosas para convertirse
en un superviviente anfibio que pugna por escapar de las putrefactas
arenas movedizas en las que lo ha sumido la deshumanización
reinante; un despotismo absoluto nada ilustrado que ostenta en todo
momento y lugar una desacomplejada ignorancia. Traduce la neolengua
para que lo encriptado vuelva a ser inteligible, es imposible no
pensar en George Orwell sobre todo en su Homenaje a Cataluña
publicado en 1938, tan directo que tuvo que contar el mismo y
universal argumento de forma más alegórica en Rebelión en la
granja siete años después. La
cita de su obra 1984
en la que explica la intención que se esconde tras el oscurecimiento
del vocabulario también está presente en el libro de Miguel Torija.
Los hechos que narra Cuando la vida se pone perra se
corresponden con un presente más que atemporal, histórico: hay
caras con tres ojos porque la nueva órbita coincide con el perímetro
del cañón de un rifle. Menos
mal que con los fusiles no podréis matar mis palabras se
lee sobre todo en los renglones en blanco de “El cronista”. Para
reinstaurar el estado clasista es necesario que se rehabilite la
desvergüenza, la miseria, la incertidumbre, el
miedo –palabra que se enseñorea de la realidad de este libro una
decena de veces– en este mundo imaginario, la enfermedad solo vence
a los pobres, la niebla los desdibuja para llevarlos confundidos
hasta el territorio difuso de la exclusión social tras sufrir los
abusos de una autoridad incompetente e irresponsable. Se recurre a la
mitología del águila insaciable que apresa con sus garras a las
víctimas mientras sobrevuela algunas siglas. El pasado y el
presente urden la misma trama que ciega el futuro de los más débiles
colocándoles sobre la cabeza un saco de arpillera para conducirlos a
un perpetuo, diferido y nada simulado estado de excepción, valga la
cínica contradicción. Como ejemplo, un texto imprescindible,
“Análisis de costes”, más que un relato todo un ensayo de
interpretación de la angustiosa certeza de este mundo tan siglo XXI
pero tan simultáneamente neolítico.
Para terminar, y como curiosidad narratológica, cabe señalar que el
autor de Cuando la vida se pone perra lleva al extremo el
punto de vista, no solo quien cuenta lo sabe todo sino que alardea de
ello. Definida esta técnica por Miguel Torija como narrador
omnisciente chulesco que desafía e incluye al mismo tiempo al
lector. Este uso se aprecia en fragmentos como el que sigue de “El
espesor de un lápiz”: “miramos en la misma dirección que él,
pero la muchacha ya no se ve. Rafael se ha cansado antes que nosotros
de buscarla con la mirada y saca del bolsillo la libreta y el
bolígrafo”. Nos convierte, con perdón, en intradiegéticos, es
decir, desde el momento en que aceptamos la lectura, asumimos la
inmersión en la acción que se muestra ante nuestros ojos. Con esto
consigue el prodigio de construir el relato de forma simultánea a
nuestro acercamiento a él. Por ejemplo, para saber cómo termina una
historia debemos esperar a que la camarera retire un billete de cinco
euros que oculta a medias una nota.
Como su personaje de “El recolector nocturno”, Miguel Torija
Necesita
escribir para poder mitigar el dolor físico que le produce la
acumulación de personajes, lugares, conversaciones, sentimientos y
situaciones pugnando por abrirse camino desde su cerebro hasta sus
dedos. Se ha convertido en un yonqui de la escritura.
Así nos lleva hasta la isla Colombre de “La gaviota y el
cangrejo”, nos recuerda que la sonrisa no duele, que una cantante
española enamoró a Turguéniev, que Dostoiesky con mucha sabiduría
esgrimió una venganza literaria en vez de batirse en duelo: he
escrito una novela en la que le voy a ridiculizar. Se titula “Los
demonios” y el primer capítulo aparecerá el lunes en la edición
matinal de El
Ciudadano.
La tradición en la que este libro se inscribe es la de La
condición humana de André Malraux, la de la escritura nada
contemplativa y sí muy trepidante de un hombre comprometido
moralmente con su tiempo, rasgo determinante que comparte con Amelia
Díaz, la editora de Urania y con el fotógrafo Víctor García
Aranda.
Cuando la vida se pone perra advierte de que la sinceridad no
es demagogia, cuando se apela a los sentimientos que nos otorga
nuestra retraída idiosincrasia humana se manifiesta que compartimos
las mismas esperanzas, por ese motivo no es posible que otros, los
indigentes morales, los gobernantes psicópatas o aquellos que
comparten ambas características tachen de casuística
insignificante y nada representativa, los dramas a los que han
abocado a millones de incautos. Denuncia este libro atropellos que
nos incumben a todos, si algo afecta a un órgano, el daño lo sufre
todo el organismo. Miguel Torija escribe con la conciencia de emitir
desde la ciudadela, sabe que la estrategia es resistir, no dejarse
intimidar porque no hay más fracaso que la rendición.
Gracias a los tres.
Nos vemos en la alambrada.
Rosario Raro.
Ojos Negros, 31 de marzo de 2013.
1 comentario:
Gracias Rosario, estaba yo leyendo relatos indignados de la PMI y de PM y me encuentro con esto. Gracias de nuevo por tu prólogo, por tu presentación y por ser así.
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