No entendía como ningún vecino, cuya casa compartía el patio interior, no montaba en cólera, ni tiraba algún objeto contundente desde ella para callar el ruido.
Durante tres semanas lo intentó. Primero, había bajado a pedir con buenos modos que la desconectaran; luego, como no funcionó, tiraba desde su balcón mierdas de perro que recogía en la calle (procurando que nadie lo viera), tomates que dejaba pudrir antes de lanzarlos, cubos de agua... etc. Con todo ello y más, solo consiguió que el volumen estuviera cada vez mas alto.
A las 7 menos cuatro minutos de la tarde del Miércoles 29 de enero de 2008, se cruzó en el rellano de la escalera con la vecina de enfrente. Ésta lo saludó, pero ni escuchó respuesta, ni vio el gran cuchillo que Román escondía bajo el batín guateado.
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