La enfermera saludó cortésmente antes de entrar. La observé impasible mientras depositó la bandeja sobre la mesa de aluminio. Un vasito de papel, repleto de píldoras de colores, acompañaba al zumo de naranja y el croissant.
-¿Cómo se encuentra?-, preguntó al salir y sin esperarse a una respuesta.
No me preocupaba demasiado mi estado aquella mañana. Más bien mi inquietud se dirigía a cómo se sentiría él, después de impedirle consumarse. Durante las últimas semanas, cada vez que mis ojos se cerraban para dormir, comenzaba su inquietante actividad. Era entonces cuando mis temores brotaban, en una sucesión matemática de experiencias no vividas. La accidental muerte de Whisky mi amigo fiel, el asesinato de Eugenia a manos de un vecino, o el mísero empleo que tenía en la sórdida fabrica de papel, volvían cada noche de forma sistemática e inexplicable. Otra vida se hacía palpable, la coexistencia de otro yo.
Lo cierto es que, desde que finalicé mis estudios de veterinaria, trabajo en la clínica que junto a mi hermana habíamos abierto en la Gran Avenida. Todo me iba de maravilla, hasta que hace un mes no me quedó mas remedio que ingresar en el hospital por una estúpida depresión que se había instalado en mi cabeza. No porque ella hubiese sido asesinada o mi perro atropellado. Esos oscuros pensamientos, tan sólo germinaban cada vez que mis sentidos se sumergían en el sueño.
(PARA CONTINUAR....)
Juan Carlos Núñez Mateo.
1 comentario:
Mi idea es que el protagonista experimenta, cada vez que se duerme, otra vida paralela. Si quereis podeís continuar.
Un saludo.
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