Escritores ante la catástrofe.
NO QUIERO SER ADOPTADO
Maribel D'Amato
Media tarde de uno de los muchos días grises que viví después de que la tierra temblara. La calle era mi casa y mis padres mi refugio. Les seguía a todas partes, íbamos siempre de un lado para otro buscando a mis otros dos hermanos. Frank ya había salido del colegio pero aún no había regresado a casa cuando todo sucedió, sin embargo Liz quedó atrapada bajo los escombros de la escuela. Eran días de angustia, hambre, dolor e incertidumbre, pero me sentía afortunado y protegido por mis padres.
Los tres caminábamos entre escombros y cadáveres con la esperanza de no reconocer a ninguno de ellos aunque con el paso de los días nuestra fe se iba desvaneciendo y la realidad se cobró vida al encontrar a mis dos hermanos ya inertes. Fue un duro golpe al que tuvimos que acostumbrarnos de inmediato porque sin casa, sin comida, sin agua y expuestos a infecciones de diversos tipos no había mucho tiempo de mirar atrás.
Y fue justo a media tarde de uno de esos días grises, justo cuando mis padres hacían una larga cola en busca de agua y alimentos, justo allí donde me dejaron con la recomendación de que cuidara los pocos enseres que pudimos salvar, cuando una señora se me acerco brindándome comida fácil, algo a lo que yo no pude sucumbir.
Y fue así como me encontré en la cabina de una camioneta en marcha y en medio de otros muchos niños de todas las edades. ¿Y la comida? ¿Y mis padres?. Estuve así un rato sin ni tan siquiera poder pensar, no sabía a donde me dirigía, no conocía a ninguno de estos niños entre los que se encontraban también bebes envueltos en pañales. No conocía a la señora que me llevó hasta allí, y, sobre todo, me sentía solo. Mis padres ya no me protegían y yo había perdido mi refugio.
La carretera era gris, como todo en esos días y la noche se nos iba echando encima. A mi lado, una chica de unos catorce años con los ojos enrojecidos, me puso al corriente de lo que allí estaba sucediendo." Nos llevan a la República Dominicana. Una vez allí, supongo que negociarán nuestra adopción o quizás otras cosas peores"
No quise seguir escuchándola, yo no quería ser adoptado por nadie, yo no era huérfano y aunque a mis padres no les quedaba nada, aunque mis hermanos ya no estaban conmigo y aunque tuviese que vivir en la calle, yo quería regresar a mi isla. No miré mas a la chica de al lado, me resistí a pensar que eso era cierto y así, entre aterrorizado y esperanzado, me dormí pensando que todo era un mal sueño.
Solo el enorme frenazo y los golpes que me di al ir de un lado para otro pudieron con el cansancio y el sueño. De repente escuche unas voces, hablaban en voz alta , tan alta que no se distinguía con claridad lo que decían, pero, de repente las voces se extinguieron, la cabina se abrió y allí, al fondo, plantados vi a mis padres. Corrí hacia ellos me refugié en sus brazos y sentí como el color gris de los últimos días daba paso a una luz intensa.
OTRA MATANZA DE INOCENTES
Isabel Ubé
Nunca veo las noticias de la televisión mientras como. La mayoría de ellas no le sientan bien a mi estómago, y otras, envueltas de oropel, sublevan mi conciencia. Me entero de lo que pasa por la radio, los periódicos y las conversaciones de la gente.
El terremoto de Haití no me ha dejado indiferente. Una vez más la hecatombe se cierne sobre un paupérrimo pueblo tercermundista. No sé muy bien si La Tierra se resquebraja para engullir la miseria o para acentuarla.
Pero lo más terrible es que hay quién hace negocio de estas desgracias. Muchos niños están desapareciendo presuntamente para traficar con sus órganos.
Ojalá miles de agujas clavadas en otros miles de muñecos representando a estos depravados execrables, surtieran efecto y perecieran presos del sufrimiento que merecen.
Isabel Ubé
HAITÍ (LEOpoldo José Trillo-Figueroa Ygual)
¡AY…! TIembla el suelo. Se oye un gran estruendo. ¿Qué es esto? ¿Es el fin del mundo?
HAY TInieblas a mí alrededor. Me rodean gritos, llantos, lamentos, muchos lamentos. Sólo oigo, no veo. Hay oscuridad, insegura oscuridad.
HAY TIerra, hierros, ladrillos, piedras y maderas que me aprisionan. El polvo, que envuelve todo, dificulta mi respiración. ¿Donde están los que estaban junto a mí? Trato de sentirlos pero no los siento. De escucharlos pero no los escucho.
HAY TIjeras que han cortado el hilo de la vida de muchos seres. Míseras marionetas que se creían Dioses.
HAY TImón pero solo en mis deseos. No hay posibilidad de rumbo. No puedo moverme. Estoy encerrado. Estoy enterrado; pero… ¡estoy! Por fortuna, aún estoy.
HAY TImbrazos de teléfonos a los que nadie responde.
HAY TIempo de meditación, de inagotable meditación. De preguntas sin respuestas. De respuestas sin preguntas. De dolor, de inmenso dolor. Estoy vivo pero… ¿Hasta cuando aguantaré aquí tan oprimido?
HAY TIc tacs en mi corazón que me hacen sentir la vida. ¿Cuántos latidos más podré seguir así?
HAY TItubeos en mis movimientos. Tengo miedo de moverme porque no sé si estoy seguro o si pendo de un hilo. Paso así mucho tiempo hasta que…
¡AHÍ TIene que haber alguien…! Oigo unas voces cercanas y unos ladridos. ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí ¿Me oyen…? ¡Estoy aquí! –grito desaforadamente.
HAY TIentos. Prudencia. Cautela en la gente de fuera tratando de quitar todo lo que me cubre.
HAY TImbales celestiales dentro de mí. ¡Vuelvo a ver la luz! ¡Vuelvo a nacer!
HAY TItanes. Hombres, mujeres y hasta unos perros que me han salvado la vida.
HAY TIrados en las calle cientos de cadáveres hacinados junto a los escombros de lo que era una ciudad.
HAY TÍteres con forma de seres humanos deambulando por las calles sin saber donde ir.
HAY TIburones carroñeros con forma de seres inhumanos aprovechándose de la situación.
Pero…
¡No hay…!
¡NO hay…!
¡NO Hay…!
¡NO HAy…!
¡NO HAY…!
HAITÍ
RECETARIO CREOLE CONTRA EL OLVIDO
Verónica Segoviano
Desenclavar nuestras cabezas del epicentro del esternón, despegar nuestras retinas del plato cada comida y cada cena para fagocitar el horror del menú televisivo.
Dedicarte cada bocado de nuestra dieta, cada gota de agua de nuestras duchas, cada hora de descanso, cada palabra de nuestros relatos, un pensamiento diario. Un poco de cada uno hace más que mucho de uno solo. La vida repleta de pequeños gestos de gente desconocida que te da lo que tiene y lo que no, que no mira hacia otro lado.
Ofrecer un clavo que no arda para que te agarres a nuestros ojos, a nuestros oídos y manos. Y otro clavo más que remache el ataúd de la miseria y el abandono de tus gentes.
Unas puntadas para unir las costuras de tu destino geminado por el pecado del hombre que dibuja rayas en los mapas de tus tierras montañosas. Aunque no sea más que un sencillo dobladillo que repare la puñalada en tu pecho, una más, pero esta vez profunda inferida por subsistir en el borde de una nervadura del planeta, para mitigar el temblor de tus carnes.
Enterrar el hambre, a Papá Doc y a Nené Doc, el vudú y la ruindad de tantos otros; cubrirlos de cal viva e iniciar el barbecho de tus campos infértiles, labrar surcos en tu piel para resucitarte renovada, sana, poderosa de entre los rescoldos de masacres y desatinos del bucle maldito de tu historia.
Ayti: Atansyon! Anmwe, souple!
(Haití: ¡Atención! ¡Ayuda, por favor!)
LA ISLA PARTIDA
Elena Torrejoncillo.
Sorprendente, perfilada con los trazos de un paisaje incierto, es una isla partida entre un infierno de destellos rojos. Negra peña desvalida, navegando a la deriva en un mar sin horizontes posibles. Tal vez volcán de ancestrales tiempos, anclado en la desolación de no esperar ya un futuro. Sin un atisbo de vida. Sin unas hiedras trepando por la aridez de sus cantos, ni secas algas durmiendo al cobijo de sus huecos. Sin gaviotas que acompañen la soledad de su herida…
¿Qué invisible espada hendió, al abrigo de la eterna noche, su alma de antiguo y preciado mascarón solitario? Y, sin embargo, aún siendo roca partida, nos exhibe orgullosa el perfil de sus heridas. Resistente al cataclismo, desafiante, todavía atenta a su destino, permanece bien erguida, mostrando con altivez su hermosa desnudez de armoniosa escultura.
Mar Olmedo
Todo está oscuro, negro, como una cueva, hay un humo denso, que no me permite ver muy bien.
Quizá sea de noche, eso es, es de noche y estoy soñando.
Me cuesta un poco respirar, como si algo me oprimiera la tripita, pero no veo a mamá. Estoy soñando.
Se oyen unos gritos, como llantos, a lo lejos, parece que son muchos hombres.
Que raro es todo, no siento nada de mi cuerpo, tengo mucho miedo.
Quiero despertar ya, jugar en el mar, saltar las olas y tirar piedras sin parar.
Tengo mucho sueño, me cuesta respirar.
Pero, ahí veo una luz, chiquita, redonda, parece una luna pequeña, se oyen voces cercanas, sé que estoy soñando pero les voy a saludar.
Estoy aquí en la noche, en la oscuridad, depertarme, quiero despertar ya, que este sueño no me gusta.
Por fin la luz se hace más grande, a mi lado hay hombres con cascos raros de colores y hay una luz inmensa, grande.
Ya está, ya me he despertado, pero, no sé donde estoy, me aplauden, me abrazan, lloran.
Yo sólo pregunto por mi mamá.
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