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Curso 2016/17

miércoles, 30 de abril de 2008

Tijeras de verdad

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TIJERAS DE VERDAD


-Le digo que no puede pasar.

Charles no era el que estaba perplejo. Acababa de insistir en ignorar las medidas de seguridad más por la incredulidad de los guardianes cancerveros que le mantenían ahora bloqueado, en espera de una solución. Encontraba divertido tener que hacerles seguir el protocolo en un caso tan absurdo.

Charles había residido en Estados Unidos por no más de seis meses. A pocos les agradaba que tuviera un empleo, pocos habrían aceptado que no lo tuviera. Estas cosas eran parecidas en todos los sitios, así que no prestó atención a los rencores de la gente, no podía ser algo personal.

Ahora ya daba igual porque se marchaba, volviendo a su indiferente patria natal donde los hombres se escupían igual a los ojos y culpaban de ello a las palomas o al cielo. Así, dejaba atrás unos pocos muebles personales en el cuchitril, con forma de botellas vacías, cartones de tabaco despedazados, y algunas almas abandonadas, también vacías, también quemadas.

Pero pese a que trataba de pasar desapercibido, invisible, era difícil no darse cuenta de su presencia. A su alrededor, se formaba un velo de neblina y sus uñas, especialmente sus uñas, habían adoptado incluso una personalidad propia y a menudo le decían lo que debía hacer.

No era de extrañar, por tanto, que se estuviera viendo en aquella situación.

-Mike, tráeme unas tijeras -habló el más grande de los dos agentes de seguridad del aeropuerto.

-Ahora mismo.

Mike les dejó solos. La gente miraba aquella escena grotesca durante unos pocos segundos, lo que les permitía el empuje del hormiguero: las hormigas pequeñas se ven comprometidas siempre por las prisas de las de atrás. Así funcionaba aquella parte del aeropuerto, la primera tierra que muchos pisaban en horas, con más frenesí que alivio.

El agente de seguridad que miraba de arriba abajo a Charles tenía las piernas abiertas en uve y oscilaba la cadera de atrás adelante.

Era la primera vez que el arco pitaba por causa de unas uñas duras, afiladas, peligrosas, y la normativa lo dejaba bastante claro: no podía subir con ellas al avión, representaban un serio riesgo para la seguridad de los viajeros y, a juzgar por cómo olía, también para su salud, pero ese problema sería el de las azafatas, él ya tenía bastante allí abajo.

Mike llegó con las tijeras.

-Veamos, acerque sus manos –dijo el agente de seguridad grande, cogiendo las tijeras.

-Pero cuidadito con lo que haces –Mike fue quien habló así, escupiendo cada sílaba y con una mano llevada al arma, haciendo un exagerado teatro de hombre pasándose por duro que se crece por el público. Por ello, Charles pensó que era un gilipollas, el agente grande pensó que era un capullo, los transeúntes pensaron que era un cretino. Nadie se puso de acuerdo.

Charles prestó su mano al agente grande, que cerró las tijeras sobre la primera uña. Apretó. Charles y Mike vieron cómo se le hinchaba la vena de la frente, una pequeña ramificación gruesa como el dedo meñique de un niño.

La uña resistía. El agente grande apretó más, enrojeció el rostro, nada, cambió de postura, nada, agarró las tijeras con ambas manos, la vena volvía a hincharse, el rostro cárdeno, apretaba los dientes y, finalmente, se rendía.

Nada. La uña resistió heroicamente. El agente grande se recolocó la gorra, incrédulo y abochornado, y Mike sonrió pese a lo que todos pensaban de él, porque aquella derrota la hizo una victoria propia.

-Mike, tráeme unas tijeras de verdad.

Charles miró las piernas de una joven que pasó por allí arrastrando un trolley.

Mike ya no estaba allí cuando Charles hizo coincidir otra vez cuerpo y mente. El agente que había puesto a prueba la dureza de sus uñas le miraba con los ojos entrecerrados. A Charles le dio tiempo a rascarse un poco y contar quince muecas en la cara del agente de seguridad hasta que el otro agente volvió, esta vez acompañado.

-Ma dicho que usté quié verme.

Casualmente el aeropuerto había contratado aquellos días a una pequeña empresa para que podara ramas de los pequeños árboles en el interior del aeropuerto. En sus manos traía unas tijeras de verdad.

Charles se movió, incómodo.

-Sólo las uñas, habíamos quedado, ¿eh? –dijo. El podador abrió la boca para decir algo, pero recapacitó y calló el pensamiento que Mike era un payaso haciendo ese chiste. Seguía sin haber un consenso alrededor de aquella figura.

El agente grande, más práctico, agarró las tijeras de podar que le ofrecía el jardinero y la situó arriba y abajo de la primera uña que atacaría.

-Mike, sujétale la mano para que no la mueva –el podador rió entre dientes. Había comprendido que en aquella petición existía una cierta venganza, al acercarle al peligro de un modo innecesario. El agente grande atacó otra vez la uña y esta vez sí, saltó con un clac bello y dramático, y fue a clavarse en el escritorio cercano.

Algunos pocos que se habían congregado alrededor entorpeciendo el flujo de gente, experimentaron un pequeño orgasmo como recompensa a su curiosidad.

El podador, que vio cómo la uña salía disparada descontroladamente, dio un paso atrás. Incluso padeció por el agente grande, que no llevaba gafas para protegerse. El destino de Mike, en cambio, le importó más bien poco.

La última uña se resistió a su propia guillotina, pero finalmente claudicó, clac, voló en una parábola perfecta y admirada. Al caer, se acabó todo. La gente volvió a sus rostros indiferentes y decepcionados y se dispersaron poco a poco.

-Ya puedes pasar -dijo satisfecho el agente grande. A Charles empezaba a caerle bien.

Le devolvieron la mochila que usaba como equipaje y esperaron a que subiera al avíón y diera todos los problemas del mundo a las azafatas, pero Charles hizo algo inesperado, una broma que dejaría boquiabiertos a los agentes, como quien descubre que la magia existe, y que ésta está en tu contra.

Charles giró a mitad camino y volvió a pasar por el arco.

El arco pitó.

-Mierda.

-Será cabrón.

Charles, sin que nadie fuera a por él para acompañarle, volvió adonde los agentes de seguridad, se sentó en la silla de aluminio, se quitó un zapato, se quitó el otro, luego los calcetines que humeaban de su estancia en el infierno. Era difícil no sentir pena por ellos, al menos desde una distancia prudencial.

Las pezuñas de minotauro circense tenían vello duro, manchas y callos, rasguños mal curados, plantas negras. Tamborileó los dedos gordos y redondos, feos e insanos. Los dedos tenían un discurso propio, el lógico horror ajeno, el tenebroso hedor de lo impropio, publicidad directa de lo tan humano que no puedee ser reconocido como tal.

Charles encogió y estiró los dedos; las uñas amarillas y perversas, tensadas, pulidas, trazaban una estela de cometa, emanaban ondas de antisexualidad. Podía parecer exagerado, pero el agente que había empezado a caer bien a Charles, con las tijeras en la mano, mostraba una evidente sintonía con la descripción de sus pies.

Mike, sin embargo, sonrió triunfal y malicioso.

-Ahora las de los pies, por favor –dijo Charles regocijándose, Mike disfrutaba hasta por la peste con forma de vaho invernal, emoción que se disipó en un chasquido, cuando se encontró con algo metálico de plano contra su pecho. Miró abajo sólo para comprobar lo que sus ojos se negaban a dar crédito. Su compañero le pasaba el relevo.

-Tú córtale las uñas, yo iré a por una lima... una de las de verdad.

Ahora todos pudieron ver, descarnadamente, cómo la sonrisa sórdida de Mike se borraba en su rostro y florecía en el de el agente grande, saltando a cámara lenta esta vez y cayendo adornada con una voltereta en la boca del agente de seguridad grande, que se adentraba entre los nuevos espectadores prometiéndose que no dejaría solo a su compañero mucho tiempo.

Por nada del mundo quería perderse el espectáculo.





Pablo Reguera Perelló

a 17 de noviembre de 2005




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PROGRAMA


Principios del software libre aplicados a la escritura pretendidamente literaria. Microrrelatos.

Muestras nanotécnicas.

Cut & Roll.

La literatura de la implosión mediática: Afterpop, Nocilla, I+D.


29 de abril

Sala de prensa del Edifici del Rectorat-Universitat Jaume I

12:00


lunes, 21 de abril de 2008

A cau d'orella

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Programa emitido el 17 de abril de 2008:

http://www.radio.uji.es/emissions/17_04_08_a_cau_orella.mp3