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Curso 2016/17

sábado, 16 de mayo de 2015

Santiago Posteguillo en el Taller de Escritura de la Universitat Jaume I

        Santiago Posteguillo


Santiago Posteguillo (Valencia, 1967), lingüista y doctor europeo por la Universitat de València, es profesor de Literatura Inglesa en la Universitat Jaume I. Ha estudiado literatura creativa en Estados Unidos y es autor de la “Trilogía de Escipión”, formada por Africanus, el hijo del cónsul (2006), Las legiones malditas (2008) y La traición de Roma (2009); y ahora trabaja en la “Trilogía de Trajano”, de la que lleva publicados Los asesinos del emperador (2011) y Circo Máximo (2013).
         Además, se ha aproximado a la crítica literaria con La noche en que Frankenstein leyó el Quijote (2012) y La sangre de los libros (2014).
         Santiago Posteguillo es un archiconocido escritor y entusiasta de la literatura, así como excelente crítico sin prejuicios —cuyos gustos no se casan ni con modas ni con ideologías—, capaz, por tanto, de incluir entre sus preferencias a autores anatemizados como Salgari o Dionisio Ridruejo.
Para los que hace décadas se aficionaron a la historia de Roma con los textos de Indro Montanelli, sumergirse en las sagas de Santiago Posteguillo es un afortunado reencuentro y, sobre todo, un placer que perdurará, pues la pluma de este autor no ha dejado de correr.



Su primer libro: una lectura de Africanus, el hijo del cónsul

La historia de Africanus, el hijo del cónsul (Ediciones B, Barcelona, 2011) nos traslada al Imperio Romano dos o tres siglos antes de Cristo, y revive un tiempo en el que la estrategia y la mecánica resolvían conflictos entre pueblos cuyo destino era el de ejercer la fuerza sobre otros o el de dejarse dominar. El mundo conocido era, como hoy, un tablero disputado por grandes potencias que pillan en medio a una peonada a la que le está reservado, a pesar de su intocable fervor nacionalista, un papel de comparsa. De entonces nos quedan palabras sugestivas como Macedonia, Cartago y, por supuesto, Roma, que van más allá de citar territorios fluctuantes y nos instalan entre los flancos de la historia y de la leyenda.
Enfrascado en la lectura de Africanus, uno se acuerda de las traducciones de Tito Livio o de las conquistas de César y no puede más que preguntarse ¿Por qué entonces nos aborrecían aquellos textos indigestos y ahora disfrutamos con esta lectura renovada? Quizá sea el arte de contar, que aquí va trenzando los capítulos dedicados a Aníbal y  a los suyos, con otros referidos a la esfera romana del “hijo del cónsul” y a sus antecesores, y, en ocasiones enfrenta ambos mundos, pues del conflicto, de la crisis, habrá de renovarse Occidente.
Uno vuelve a asistir a la conquista de Sagunto, que trasladó al teatro el valenciano Manuel Vidal y Salvador en el siglo XVII, a los altercados junto al lago Trasimeno, al paso de los Alpes, y llega a sentirse como dentro de un videojuego en el que solo le está permitido observar en primer plano la batalla entre la razón y el azar.
No todo es arte de la guerra y cronología de cónsules en el libro de Santiago Posteguillo. Hay numerosos momentos dedicados a trazar la humanidad de los personajes y a describir en qué mundo consuetudinario se desenvuelven. No todo son faláricas contra torres de asedio. No todo es cine: sobre todo hay que demorarse en la minuciosidad del espacio y de los personajes. Así, el héroe lo es no sólo por su fuerza, sino también por su formación, como se hace ver en el siguiente comentario: “Ha leído mucho, ha leído mucho. Algo habrá aprendido en todos esos volúmenes de filosofía que colecciona y que me va entregando poco a poco” (210).
Tras la estrategia bélica y el entramado historiográfico, entre las biografías de cónsules y pretores hay lugar para el protagonismo del teatro (19-24) y la vida y la obra la del que será Plauto (465, 549-560, 652-656, 678…). Gracias a ello y al deseo de quitar hierro a la batalla, asistimos al estreno de Asinaria (456-479) y a la adaptación del género tragicómico (576-578). La relevancia del teatro sirve sobre todo como anticlímax y “dis-trae” al lector en los momentos de tensión bélica con jugosos episodios cómicos. El teatro no es aquí una excusa de relleno, es un “recurso narrativo” que, además, constituye un regalo impagable.
A pesar de lo extenso del libro, Posteguillo practica la síntesis en momentos en los que bien podría abundar en detalles, por ejemplo en la caracterización de personajes: “Marcio bebió con ansia, igual que hacía todo en su vida: luchaba con ansia, discutía con pasión, rezaba a los dioses con intensidad” (573). Queda espacio para un humor que nos trae hasta hoy y al lenguaje del cómic: “Están locos estos romanos” (623), pero aquí en vez de en boca de galos lo está en la de cartagineses. Y también para las ricas descripciones metafóricas: “En el frío del amanecer, los ollares del caballo de Aníbal despedían un vaho espeso que ascendía hacia el cielo como presagios de almas que se desvanecen” (521), todo un avance del trasiego luctuoso que recorre el libro.
Africanus, el hijo del cónsul de Santiago Posteguillo, casi treinta años después de su primera edición, sigue siendo un libro fresco, interesante y conmovedor, que continúa con Las legiones malditas y La traición de Roma para formar su primera trilogía, la de “Escipión”.

Leer lo leído: La noche en que Frankenstein leyó el Quijote y La sangre de los libros.

Subtitulado como “La vida secreta de los libros”, en La noche que Frankenstein leyó el Quijote (Planeta, Barcelona, 2012) Santiago Posteguillo nos informa del alivio de clasificar los volúmenes por orden alfabético gracias a Zenodoto; de la herencia dublinesa, y a su vez vikinga, en la literatura (Shaw, Joyce, Swift, Stoker, Yeats…); del anonimato del Lazarillo como dato fundamental para su éxito literario; de Shakespeare como pseudónimo de Marlowe; de Cervantes preso en Sevilla; del triunfo y decadencia de Walter Scott; de Auguste Maquet, “negro” de Alexandre Dumas; del discurso en verso de José Zorrilla en la aceptación de su entrada en la RAE; de la influencia del Quijote en Frankenstein; de las peripecias en la publicación de las primeras novelas de Jane Austen; de la relación entre la ludopatía y la escritura en Dostoievski; del nacimiento de Rosalía de Castro; de la difusión de los libros de Dickens; de la no concesión del Nobel ni a Guimerà ni a Galdós; de la posible “muerte” de Holmes por Conan Doyle; de las experiencias bélicas de Raymond Chandler; del legado de Kafka; de los vericuetos de Tolkien y los derechos de autor de su libro; de Saint-Exupéry y la aviación; del Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn; del carácter profético de las novelas de Jules Verne y en particular de París en el siglo XX; del pasado de Anne Perry y otros “escritores delincuentes”; de las peripecias en la publicación de la saga Harry Potter de J. K. Rolling; y, cómo no, del libro electrónico.
En cada uno de los capítulos deja unas líneas para que el aficionado a la literatura descubra de quién está hablando —recurso que también empleará en su próximo libro de comentarios literarios—, aunque a veces “estira” la introducción para aumentar la expectativa del reconocimiento, como en los casos de Walter Scott y de J. K. Roling.
Y si en todos los argumentos uno no encuentra un motivo para leer este libro es que desconoce hasta el secreto del abecedario.
En La sangre de los libros (Planeta, Barcelona, 2014), Santiago Posteguillo parte de la afirmación de que “la buena literatura de verdad, la que nos hace palpitar, la que nos emociona y nos transporta a otros mundos, la que nos parece más real que la realidad misma es la que está escrita, palabra a palabra, verso a verso, página a página, con sangre en las sienes, en manos del alma.” (9) A partir de aquí, el autor propone en este texto la lectura de algunos clásicos a través de la historia de la escritura. Las narraciones de los capítulos nos sorprenden tanto a quienes desconocen la anécdota referida y disfrutan comprobando su acierto, como a quienes, no sabedores del episodio, se deleitan con el desarrollo temático y la presentación argumental del dato histórico comentado.
Así pues, sabemos de la importancia de la “recuperación” de los clásicos para el Renacimiento (Cicerón)  o para la conservación de obras capitales de la poesía (Virgilio) y de la sabiduría política (Séneca). También se evalúa el rescate de manuscritos extraviados (Dante), el desarrollo de la imprenta; o la perplejidad que causa la vida de algunos autores (Lope de Vega), de la relación entre las letras y las armas (Calderón de la Barca) y del ingenio (Quevedo). Siguiendo con la exposición cronológica, se comprueba la relación entre el mar indómito y la poesía romántica (Coleridge y Espronceda), la defensa en la literatura de lo precedente (Víctor Hugo), la relación entre la energía femenina (Balzac) y el monólogo interior (Joyce), los duelos (Pushkin), el tesón en la escritura (Charlotte Brontë), las investigaciones policiales (Voltaire y Poe), la trasgresión gramatical y ortográfica (Emily Dickinson), la importancia de la amistad en la difusión de los textos de amigos (Bécquer), el testimonio de lo vivido (R. L. Stevenson), la realidad de la ficción y la inspiración de un título (Bram Stoker), el sexo y la moral ( D. H. Lawrence), las penalidades de un escritor (Emilio Salgari), los prejuicios de los editores y de los críticos (Pessoa), el primer best seller en español (Vicente Blasco Ibáñez), el prestigio sin disfrute económico (Robert Graves), el misterio (Agatha Christie), la integridad política (Dionisio Ridruejo), el exilio y el arraigo lingüístico (Elías Canetti), la ficción más allá de la realidad (Ángeles Mastretta), las cubiertas del libro (Justine Labastier) y la relación entre las letras, la vida y  la ciencia (Asimov).
En resumen, con el acercamiento a la obra de Santiago Posteguillo, se es consciente de tener entre las manos no sólo una montaña de datos históricos y biográficos, sino también el auténtico fluir magmático de la literatura y de las sabias reflexiones que de su caudal se desprenden.

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