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Curso 2016/17

miércoles, 21 de enero de 2009

EJERCICIO NÚMERO 5

2. Castellón de la Plana
Castellón es un pueblo chato, ancho, sin más carácter que la falta de él. Las casa son blancas, con un piso a cuestas, desván y terrado donde secar la ropa; sin más fantasía que el zócalo imitando mármol(...) las persianas verdes o sucias. De tarde en tarde -una docena por toda la población- un caserón estilo "renacimiento español" con tragaluz y blasones de cemento portland, el dintel y el friso rameado, las pilastras de estilo incierto (...) Las calles anchas, el calor pegajoso, los carros muchos; el polvo se releva, retuerce y deposita a capricho de las blandas tolvaneras de cada esquina: no levanta polvo el viento sino el propio polvo.
El mar no existe; hay puerto a lo lejos, y su comercio.(...)
El Casino es el Casino, muy Renacimiento español, más Renacimiento español que todo, con sus partidas de julepe, de dominó y sus tiradores. (...)
El gobernador es de tercera; las mancebías, pocas y sucias; los cafés se oyen de lejos: el dominó es el juego capital. (...) las fábricas están en las afueras, la estación en la periferia; país de recaderos, ciudad quieta, lenta, pequeña, blanda y rica. Un Ateneo languidece frente a una acacia y algún maestro de escuela escribe modosos versos en valenciano.
Un borracho es un acontecimiento.
Fragmentos del capítulo segundo de la novela Campo Cerrado de Max Aub.
Más información sobre el autor en:

http://es.wikipedia.org/wiki/Max_Aub
-¿Y ahora? ¿Cómo es Castellón? ¿Difiere mucho de esta descripción?
El texto comenzará con Castellón es y abarcará las palabras necesarias para dar cuenta de su carácter actual o como dice el escritor de "la falta de él".

Reflexiones crepusculares sobre Castellón.

“Paseaba por Corinto, ensimismado, contemplando con extrañeza un mundo de imágenes silenciosas, fuertemente contrastadas y en relieve acromático, cuando un estentóreo grito «Sí, correrte. Me estás tapando el sol.» focalizó mi atención en una escena del pasado inmediato: Diógenes, el cínico, le había respondido a Alejandro Magno a su pregunta « ¿Hay algo que pueda hacer por ti?». La acrimonia del trato auguraba violencia en espiral sincrónica con el miedo que se arremolinaba en mi alma. No discernía si temía más a la respuesta o a los cambios temporales. El siguiente me rescató del pánico, la brusquedad del salto no me importó, en esa ocasión salí incólume. Vi, de nuevo, a Diógenes, esta vez en la plaza Santa Clara de Castellón portando una gayata en pleno día de mercado. La escena parecía inocua, llena de colorido, bulliciosa, sin embargo yo sentía la misma tensión que en Corinto. Mientras caminaba Diógenes decía: «Busco a un hombre.» «La ciudad está llena de hombres», le respondían con desprecio. A lo que él insistía: «Busco a un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo no un indiferenciado miembro del rebaño.»… y, tras varios intentos, y abatido al no encontrar ninguno, se masturbó en el Ágora con la intención de compensar la frustración y de redimirlos. La escena perdió el color al ritmo que crecía la indignación de la gente y mi miedo. No debí soportar la tensión pues me desperté”.

Cada vez que releía el sueño experimentaba la misma desazón. ¿Qué significaba? Hacía años que se fue de Castellón donde, efectivamente, había preguntado reiteradamente "¿Hay alguien aquí?" y como a Narciso, el Eco respondía un ahogado "Aquí... aquí...". Eco, sin voz propia, le martilleaba el alma por la ausencia real del otro y por el parloteo del elenco de sucedáneos: cariátides y atlantes, testigos de lo congelado femenino y masculino, soportando, sin crítica, el peso de la tradición más rancia. Solo el agua del femenino mar Mediterráneo, que frecuentaba en sus playas salvajes por arriba y buceando por abajo, y su pareja habían representado el soporte necesario frente al choque cultural. Los fractales marinos, siguiendo los designios evolutivos, mutaron a anfibios que exploraron la tierra tiñéndola de arte al unísono que a su espíritu que también resultó mutado. Su visión cambió, pudo ver las formas, colores, y ritmos que habían sido instaladas en tierra, y a los sujetos antes poco iluminados o que parecían surgir de las estatuas vivificadas. Pareciera que Dionisos hubiera regado Columbretes con el néctar espirituoso de sus delfines: azul en rojo cadmio, despertando algunos danzantes. Y aunque pocos, no fueron menos que como lo pudieran haber sido en cualquier otro lugar, por eso el sueño se le antojaba excesivo si se refería, objetivamente, a Castellón. Faltaban piezas claves para comprenderlo.

El motivo de releer sus sueños: encontrar un final para su novela, irrumpió de súbito en su conciencia. El editor le había marcado un plazo inexorable para la entrega y se estaba ahogando por inundación de sí-mismo. ¡Qué ironía! Las reflexiones podían esperar, eran tan improductivas como en las anteriores ocasiones, la misma ciénaga en una frontera aún infranqueable.

Mecánicamente dejó el cuaderno de sueños, cogió la taza y sorbió el té rojo mirando el inerte teclado. No percibió su amargura. Una melodía subió de la calle, la ventana le atrajo, la mirada se detuvo en un ejemplar de Tombatossals que yacía solitario en un anaquel, y sintió la excitación de la luz densa en el umbral del misterio. Esa novela presenta un gigante, edulcorado y bonachón al servicio del rey, fundando Castellón. ¡Qué paradoja! ¿Sería la novela de Josep Pascual el fogonazo de la luz de la conciencia que ilumina y estimula? Quizás sí, podía serlo por antítesis ya que la historia mítica del Tombatossals es muy distinta de la novelada. Fue recogida en un códice del Renacimiento “Magnun Innominadarum” que se atribuye a don Joseph Blay (1460-1520) un mago de Vila Real. El libro, que hacía referencia a citas de los romanos, recogía el corpus de una tradición precristiana. Se dice que leer este libro provocaba al lector, intranquilidad y temor por lo que se sugería sobre el pasado de la comarca: El enfrentamiento de Tombatossals con los labradores y el uso de la magia negra por parte de estos. La inquisición tomó cartas en el asunto. El libro fue incluido en 1505 en el índice del Santo Oficio y quemados sus ejemplares. Quería erradicarse la culpa y la memoria de haber asesinado, y de haberlo hecho con artes oscuras, a la estirpe de gigantes. Parece haber documentación sobre tres o cuatro libros sobrevivientes. Uno depositado en el ayuntamiento de Castellón desaparecido en la guerra civil de 1936, de los otros dos la iglesia niega su existencia.

Entonces supo cual era el significado de su sueño. Se refería a la sombra de lo colectivo y su impulso criminal hacia quien cuestiona el rebaño: cualquier Diógenes, quien será asesinado como el gigante o, al menos, degradado desde su esencia crítica-cínica a la de un personaje vilipendiado por vivir en la indigencia, la basura, y/o su locura. Como no es posible impedir que las erinias emprendan su vuelo de venganza persiguiendo a los culpables de crímenes, en la misma perífrasis de llamar euménides a las erinias, el gigante fue rehabilitado y se transformó en fundador. Pocas veces el animal humano destila, alquímicamente, el impacto de la luz en el fluido dulce y viscoso del oro filosofal. Las más, temeroso y abrumado, se sumerge en el piélago abrazándose a las sombras. Los tres gigantes asesinados: Tombatossal, Bufanuvols y Arrancapins, son equivalentes a los hecatónquiros de la mitología griega. Elevar a tótem las fuerzas preolímpicas de la naturaleza, a los primitivos hecatónquiros, tiene un origen psíquico y produce unas consecuencias que se instauran en el inconsciente colectivo que heredan las generaciones: mito fundacional con su elenco de emociones, sentimientos, expectativas, resistencias, cosmovisión…

…y, la experiencia, de la conjunción de opuestos le proporcionó el material para el final de su novela, una vez que la chispa de la lumen nature desveló una porción de la red māyā de su ignorancia.

Mikel Garcia Garcia. Febrero 2009

CASTELLÓN. Dori Valero.

Castellón es un pedazo irregular de hormigón entre el mar y las montañas en el que todavía se pueden reconocer pequeños retazos de la ciudad que fue. En los días claros, la mayoría, descubrimos entre los enormes edificios un cielo azul intenso salpicado de pequeñas nubes de algodón de formas caprichosas.

La irregularidad del trazado de sus calles se reconoce en el irregular alzado de los edificios que, a parte de ser una perfecta ventana al cielo, nos muestras recuerdos de casas bajas y calles anchas donde jugaban los niños cuando apenas había coches, pero, también pequeñas callejuelas ahora peatonales donde todavía se oye el sonido de la historia: Carrer de Sabater, Carrer de Teneries, la judería que hoy conocemos por Calle Alloza,... aunque esto es solamente el corazón de una ciudad que busca en la modernidad, en la renovación, en la apariencia de innovación un rejuvenecimiento que le roba a ella y su gente el derecho de reconocerse, de recordarse, de hacerse mayor, despojándola del sustrato firme donde cimentar su porvenir.

Cuando paseando dejamos atrás el corazón herido de esta vieja-nueva ciudad tropezamos con lo que siempre a definido a Castellón como lo que es un pueblo grande, un lugar de labradores, pescadores,... en definitiva, de trabajadores. Algunos huertos de naranjas se resisten a ser ahogados por la marea de cemento que ha inundado la ciudad las últimas décadas. El penetrante olor a azahar pelea por sobrevivir al hedor de los carburantes de los coches y la sin olor de la artificiosa argamasa con que se mantiene unida la ciudad. Sin olvidar los restos de cultivos de arroz imprescindibles para sustentar a la población cuando no se tenía en cuenta la cantidad de agua que se gastaba sino la cantidad de comida con que se mantenía a la familia. Y, sobre todo, el mar. Castellón mira al mar con la pequeña flota de bajura que a diario sale a faenar y regresa a la lonja con una captura que vender. De niños jugábamos entre las redes y las pequeñas barcas que en dique seco esperaban para ser reparadas a la orilla del amarre, el aroma a sal, el olor a mar casi te mareaba y las piedras del espigón eran el lugar perfecto para juegos de críos que desafiando los peligros buscaban entre los agujeros de las rocas unos tesoros imaginarios que sus abuelos aseguraban habían enterrado hacía años. Todo esto presidido por dos chimeneas que se alzaban hacia el cielo como los brazos de un gigante. Hoy todo es mucho más aséptico, mucho más bonito, mucho más, una enorme plaza azocalada en la que apenas se siente esa brisa con sabor a mar.

Castellón, también posee un cinturón industrial que lo abraza justo antes de llegar a la montañas. Las fábricas de azulejos con sus enormes chimeneas escupiendo humo constantemente crean un paisaje que nos lleva hasta la Inglaterra de finales del XVlll, ennegreciendo el horizonte al tiempo que nos ofrece unos hermosos atardeceres de cielos recorridos por lenguas rojas como el fuego.

Finalmente, Castellón está rodeada de montañas ni muy altas de muy bajas que encierran esta peculiar mezcla de pasado y futuro, de artes tradicionales e industrias modernas, de lo que fue y lo que pretende ser. Montañas pobladas por pinos, encinas y eucaliptos a los pies de los cuales hay lentisco, romero y palma, un lugar que se resiste a desaparecer a pesar del fuego que periódicamente lo asola, un lugar donde el aire es todavía puro y que esos días claros de cielo azul intenso se ve la ciudad y, al fondo, un mar tranquilo, un mar añil que llega hasta el horizonte.

En definitiva, Castellón es como su gente, sencilla y complicada, llena de excentricidades, extravagancias y rarezas, pero al mismo tiempo conservadora, cautelosa y custodia de sus tradiciones, agrícola e industrial, tierra y mar.


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