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Curso 2016/17

viernes, 19 de abril de 2013

Cuando la vida se pone perra. Miguel Torija.

Librería Argot de Castellón, 18 de abril.
Amelia Díaz, Miguel Torija, Víctor Aranda y Rosario Raro
                                                       http://www.uraniaediciones.com/
                                                    http://www.victorarandagarcia.es/
                                                   Booktrailer Cuando la vida se pone perra


 Cuando la vida se pone perra acumula sobre la verdad capas de sedimentos. Estos compuestos se incrustan en costras fijadas y superpuestas. Son los estratos geológicos, producidos por las diversas traiciones y anhelos contrariados que ha supuesto el desmantelamiento del estado de bienestar. Dentro de la piedra hay seres disecados, suspendidos, que esperan la resurrección antes de que se les acabe el escaso oxígeno almacenado, no ahorrado.

Esta cotidianidad tan ficticia plagada de números pertenece al género del thriller porque la habitan sus personajes más representativos: vampiros que succionan desde los bancos a los jubilados, zombies mal enterrados que regresan de un más allá demasiado cercano, fantasmas que visitan El Escorial, de ahí su etimología, con la excusa de una boda, monstruos sin escrúpulos que ríen a carcajadas cuando los niños hambrientos se desmayan en colegios también famélicos y demonios que suplantan a Dios, lo conjuran con sus rezos para que no se le ocurra reaparecer en medio de un cónclave.

Sucede en esta situación que a las cosas ya no se las llama por su nombre sino que se habla de optimizar, racionalizar, sobriedad, priorizar, consolidación, equilibrar, moderación, regularizar, sacrificio, ahorrar, contención,reforma, concertar, reorganizar, ajustar, reajustar, mesurar, corregir, acotar, dimensionar, redimensionar, reestructurar, productividad, rigor, armonizar, externalización, austeridad, los términos que enumeran ciertos gerifaltes del relato “El intérprete” hasta que este, que no se resigna a su función de mero transliterador decide poner los puntos sobre las íes y le transmite a la ciudadanía el siguiente mensaje: Hemos decidido privaros de la sanidad y la educación para que os muráis antes que nosotros y para que vuestros hijos estén peor preparados que los nuestros. De esta forma resume el protagonista, por su cuenta y riesgo, es decir, revela con valentía, el leit motiv programático que nos desestabiliza en este contexto: el hombre ha dejado de ser la medida de todas las cosas para convertirse en un superviviente anfibio que pugna por escapar de las putrefactas arenas movedizas en las que lo ha sumido la deshumanización reinante; un despotismo absoluto nada ilustrado que ostenta en todo momento y lugar una desacomplejada ignorancia. Traduce la neolengua para que lo encriptado vuelva a ser inteligible, es imposible no pensar en George Orwell sobre todo en su Homenaje a Cataluña publicado en 1938, tan directo que tuvo que contar el mismo y universal argumento de forma más alegórica en Rebelión en la granja siete años después. La cita de su obra 1984 en la que explica la intención que se esconde tras el oscurecimiento del vocabulario también está presente en el libro de Miguel Torija.

Los hechos que narra Cuando la vida se pone perra se corresponden con un presente más que atemporal, histórico: hay caras con tres ojos porque la nueva órbita coincide con el perímetro del cañón de un rifle. Menos mal que con los fusiles no podréis matar mis palabras se lee sobre todo en los renglones en blanco de “El cronista”. Para reinstaurar el estado clasista es necesario que se rehabilite la desvergüenza, la miseria, la incertidumbre, el miedo –palabra que se enseñorea de la realidad de este libro una decena de veces– en este mundo imaginario, la enfermedad solo vence a los pobres, la niebla los desdibuja para llevarlos confundidos hasta el territorio difuso de la exclusión social tras sufrir los abusos de una autoridad incompetente e irresponsable. Se recurre a la mitología del águila insaciable que apresa con sus garras a las víctimas mientras sobrevuela algunas siglas. El pasado y el presente urden la misma trama que ciega el futuro de los más débiles colocándoles sobre la cabeza un saco de arpillera para conducirlos a un perpetuo, diferido y nada simulado estado de excepción, valga la cínica contradicción. Como ejemplo, un texto imprescindible, “Análisis de costes”, más que un relato todo un ensayo de interpretación de la angustiosa certeza de este mundo tan siglo XXI pero tan simultáneamente neolítico.

Para terminar, y como curiosidad narratológica, cabe señalar que el autor de Cuando la vida se pone perra lleva al extremo el punto de vista, no solo quien cuenta lo sabe todo sino que alardea de ello. Definida esta técnica por Miguel Torija como narrador omnisciente chulesco que desafía e incluye al mismo tiempo al lector. Este uso se aprecia en fragmentos como el que sigue de “El espesor de un lápiz”: “miramos en la misma dirección que él, pero la muchacha ya no se ve. Rafael se ha cansado antes que nosotros de buscarla con la mirada y saca del bolsillo la libreta y el bolígrafo”. Nos convierte, con perdón, en intradiegéticos, es decir, desde el momento en que aceptamos la lectura, asumimos la inmersión en la acción que se muestra ante nuestros ojos. Con esto consigue el prodigio de construir el relato de forma simultánea a nuestro acercamiento a él. Por ejemplo, para saber cómo termina una historia debemos esperar a que la camarera retire un billete de cinco euros que oculta a medias una nota.

Como su personaje de “El recolector nocturno”, Miguel Torija Necesita escribir para poder mitigar el dolor físico que le produce la acumulación de personajes, lugares, conversaciones, sentimientos y situaciones pugnando por abrirse camino desde su cerebro hasta sus dedos. Se ha convertido en un yonqui de la escritura.

Así nos lleva hasta la isla Colombre de “La gaviota y el cangrejo”, nos recuerda que la sonrisa no duele, que una cantante española enamoró a Turguéniev, que Dostoiesky con mucha sabiduría esgrimió una venganza literaria en vez de batirse en duelo: he escrito una novela en la que le voy a ridiculizar. Se titula “Los demonios” y el primer capítulo aparecerá el lunes en la edición matinal de El Ciudadano.

La tradición en la que este libro se inscribe es la de La condición humana de André Malraux, la de la escritura nada contemplativa y sí muy trepidante de un hombre comprometido moralmente con su tiempo, rasgo determinante que comparte con Amelia Díaz, la editora de Urania y con el fotógrafo Víctor García Aranda.

Cuando la vida se pone perra advierte de que la sinceridad no es demagogia, cuando se apela a los sentimientos que nos otorga nuestra retraída idiosincrasia humana se manifiesta que compartimos las mismas esperanzas, por ese motivo no es posible que otros, los indigentes morales, los gobernantes psicópatas o aquellos que comparten ambas características tachen de casuística insignificante y nada representativa, los dramas a los que han abocado a millones de incautos. Denuncia este libro atropellos que nos incumben a todos, si algo afecta a un órgano, el daño lo sufre todo el organismo. Miguel Torija escribe con la conciencia de emitir desde la ciudadela, sabe que la estrategia es resistir, no dejarse intimidar porque no hay más fracaso que la rendición.

Gracias a los tres.

Nos vemos en la alambrada.



Rosario Raro.
Ojos Negros, 31 de marzo de 2013.






1 comentario:

Miguel Torija dijo...

Gracias Rosario, estaba yo leyendo relatos indignados de la PMI y de PM y me encuentro con esto. Gracias de nuevo por tu prólogo, por tu presentación y por ser así.