Amelia Díaz Benlliure
Una historia no contada
Parnass Ediciones, Barcelona, 2017.
La poesía de Amelia Díaz Benlliure atestigua el silencio: su llegada, su conquista, su estrategia para sepultar en vida a quien le acecha. La poetisa es testigo de todo ello y no rehúye el pudor de enfrentarse a la situación a pesar del parentesco sanguíneo que la une con el “personaje” que protagoniza la “tragedia”: “Mi madre duerme y es una niña”. ¿Cómo vencer a un destino que nos deteriora y cuyo límite es la aniquilación? No hay respuesta. Y no porque esta no se pueda intuir, sino porque el tiempo devora las palabras y ni la luz amarilla de los ojos es capaz de convocar un sortilegio que nos arranque de las fauces de un presagio que todo lo nubla.
Poco a poco, el tiempo convierte a los hijos en cuidadores de sus padres inmersos en una regresión tiránica que les vence. De ahí que Amelia Díaz se lamente y reproche al pasado no haberla preparado para lo que le podía caer encima. La queja se centra en su madre:
Que te volviste mi niña en una historia no contada,
que en mis noches infantiles olvidaste
prepararme para ser tu madre, madre.
Y en este mensaje enfrenta al “madre”/personaje con el “madre”/vocativo; la primera no habló cuando pudo –enmudecida por la imposibilidad de acertar el futuro—, la segunda no contesta ahora —cercenada la palabra por la decadencia neuronal.
Afirma Benedetti que el futuro está “cargado de memoria”, pero, ¿qué ocurre cuando esta es silenciada? Nada queda sino un regreso paulatino a lo que fuimos, a la niñez incluso, aquella en la que los esfínteres eludían la disciplina de la domesticación. “Regresión”, lo llaman las modernas polianteas: y no es más que silencio.
Amelia Díaz Benlliure se adentra en un lenguaje cercano al de la “mística”, pero laica, naufragando en el proceso de lo inefable. Allí donde Juan de la Cruz no encuentra palabras para comunicar una unión navegable en la deidad, Amelia rema en un desierto gobernado por la ausencia de palabras que expresen una filiación que une tanto que convierte a la hija en madre, en madre de la que fue su propia madre. San Juan ve en la fusión Dios/alma lo que aquí es madre/hija, y si en el santo el alma es hija de Dios que regresa a Él, aquí ocurre otro tanto, aunque instalándose en lo terrenal, claro. Ambos procesos, tras la nebulosa “gris” del desaprendizaje, del alejarse del lenguaje, acaban en una unión que es un regreso, aunque uno se “venda” como gozoso —un éxtasis— y el otro como una claudicación —un descenso infernal— que cierra un círculo.
PASQUAL MAS
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