Rosario Raro, Desaparecida en Siboney (Planeta, Barcelona, 2019).
Los escarceos de Rosario Raro (Segorbe, 1971) con la literatura han sido abundantes y fructíferos: cuento, poesía y novela. Y una tesis doctoral sobre los textos expandidos y la escritura en Internet que da prestigio a la Universitat Jaume I.
Guardo como tesoros sus libritos ―porque son de formato pequeño― de poesía Haikus (2001), Surmenage (2003), Finlandia (2005) y, el más extenso, Puerto libertad (2014). Sin embargo, es en la narrativa donde ha adquirido mayor solvencia.
En 2012 el torrente narrativo de Rosario Raro florece en tres novelas. Se puede empezar a lo grande, pero no me negaran que una tarjeta de presentación como esta no es lo suficientemente explícita.
Se trata de Ex. (Amazon.es), La llave de Medusa (Sevilla, Hipálage) y Desarmadas e invencibles (Madrid, Talentura); una novela y dos libros de relatos respectivamente.
Después vendrán las obras que le han dado relevancia en el panorama literario nacional e internacional: Volver a Canfranc (Barcelona, Planeta, 2015) ―traducida al francés―, La huella de una carta. (Barcelona, Planeta, 2017) ―traducida al árabe― y Desaparecida en Siboney (Barcelona, Planeta, 2019).
En Desaparecida en Siboney, novela que brota de la causalidad y de cómo el pasado esconde o determina la flotabilidad del presente, la idea principal descansa en una frase de Balzac que afirma en Papa Goriot que “detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen”, a lo que Rosario Raro añade que “otras, esconden cientos”. Es ―como se dice hoy― como afirmar que trabajando uno nunca se hará rico. Claro que Balzac concreta que el crimen que se oculta es “olvidado”, pero Rosario Raro decide sacarlo a la luz, con lo que convierte su novela en un ficcionado testimonio histórico.
La narrativa de Rosario Raro presenta algunas características que resultan reseñables y conforman su estilo.
En primer lugar, la elección de un tema de calado social; pues si en Volver a Canfranc se trataba de la huida de judíos durante la Segunda Guerra Mundial a través de la frontera española, en La huella de una carta la trama se centra en el desastre por la comercialización de la talidomina y en Desaparecida en Siboney en el comercio de esclavos en las colonias españolas frente al incipiente movimiento abolicionista.
En segundo lugar, Rosario Raro sabe encontrar y construir personajes principales que resultan seductores al lector, como Laurent Just (basado en Albert Le Lay), Nuria Somport y, en su última novela, un Mauricio Sargal que en la solapa de la novela es definido como “millonario antillano retornado a España, libertino y bon vivant”.
En tercer lugar, cabe resaltar la importancia de los personajes auxiliares (Jana, Durandarte en Volver a Canfranc), de las criadas, de las secretarias, de las amigas… como si se tratara de rescatar héroes anónimos y condecorarles con un protagonismo que les recompense del anonimato.
En esta ocasión, en Desaparecida en Siboney, tenemos a Ángela y a Manón.
Por último, es resaltable el desarrollo siempre interesante de diversas tramas que se cruzan. Centrándome sólo en su última novela, la acción se focaliza en la Cuba de 1874, cuando la isla todavía era una provincia española. Allí desaparece Dulce Sargal, pero su marido no muestra interés en saber de ella. Es entonces cuando la hija, Romi, escribe a su tío Mauricio Sargal en Barcelona que se desplazará a la isla para investigar la desaparición de su hermana.
La carta es el punto de partida de esta trepidante novela en la que desde dos focos distintos ―la isla y la península― se busca un mismo fin, para lo que no se evita recurrir a la santería o a la adivinación. A la hija le dirán que “a tu madre hay que buscarla, no aparecerá ella sola” (18); es decir, que habrá que leer la novela para localizarla.
Mauricio, hermano de la desaparecida, antes de partir a las Antillas pide consejo a Augusto Esmerla ―que se dedica a los hilados― con lo que la trama se va “enredando”. Mauricio se muestra como un experto que traza una estrategia (50) que le permitirá recabar información en cuanto llegue a la isla, pues lleva mensajes para las familias antillanas y ello le permitirá preguntar por su hermana.
En las primeras páginas la novela avanza lentamente, al ritmo de los barcos de la época: “la travesía en barco era un freno inevitable para resolver lo único que lo inquietaba” (94), resuelve la voz narrativa al tiempo que la obra se adentra en lo que pasa en Siboney, en Barcelona y en el barco. Sólo con lo que ocurre en estos tres ámbitos, contado de manera simultánea, trenzando acciones, uno ya está metido de lleno en la trama de la novela y no pude dejarse seducir por comprobar las penalidades de Manón, las pesquisas de Mauricio, la desazón de Romi, los negocios de Don Augusto Esmerla, las triquiñuelas de Bartolomé Gormaz y, cómo no, por el paradero de Dulce Sargal. Todo esto sostiene con agilidad la urdimbre que le permite a Rosario Raro sostener esta interesante novela.
Algunas digresiones recuerdan la narrativa cervantina en cuanto a la inserción de historias tangenciales, por ejemplo cuando un personaje dice: “Mientras llega, os contaré lo que hizo un antepasado suyo: solicitó a un rey…” (117) y nos mete de lleno con esta secuencia en un submundo situado en el corazón de África. O “Sé que habrán escuchado hablar de ‘la conspiración de la escalera’. Les resumiré en una palabra en qué consistió: fue un escarmiento…” (217). Hasta resulta cervantino el uso de palabras como “fierabrás” (396) o “ínsulas” (397) en boca de un personaje un tanto sanchopancesco ―tan Fray Gerundio― como doña Delia Esmerla, aunque no con la bondad del quijotesco. Claro que no es menos cervantina la opinión que muestra el cura sobre las justas literarias (304) ―también aquí, como en El Quijote, un cura opinando sobre literatura.
Aparte de la aventura en el mar de las Antillas, la autora dedica atención a la elección de las palabras que designan a personajes y a lugares: no faltan también algunas notas de humor culturalistas en algunas calas hagiográficas, como amenazar con desollar a Bartolomé; funcionales, como que la ayudante de Romi se llame Ángela; literarias, como llamar a Manón “fregona ilustre” (Cervantes otra vez) y “sapo” (413) ―como en La Regenta― a Gerardo; irónicas, como referirse a Esmerla como “mirlo blanco”; curiosas, como denominar al vapor “Providencia”; burlescas, como que el poeta se llame Laureano Parnás o la taberna “Volendam” (en catalán “Quieren-Dam”); e incluso cinematográficas como aludir a “París puede esperar” (film de Eleonor Coppola) o una referencia a la mansión de Siboney (492) que recuerda al castillo de Manderley de Rebecca de Hitchcock. Por no hablar del apellido “Sargal” que alude a un recodo de naturaleza cercano al lugar de nacimiento de la autora.
Así mismo, el trasfondo histórico al que remite la novela resulta atractivo tanto por las alusiones a las Antillas como a los desmanes del colonialismo. Aquí la Historia no solo justifica la trama literaria, sino también el desarrollo social que generó la industrialización ―textil, sobre todo― y el nacimiento de grandes fortunas catalanas ―en concreto la relacionada con la Colonia Santa Coloma cercana a Barcelona.
En fin, como dice Don Benito Friné, “si se sabe contar bien, cualquier suceso puede convertirse en apasionante” (247). En este caso nos encontramos con una novela con una trama inquietante, un paisaje exótico, un momento histórico apasionante y, sobre todo, con una historia bien contada.
PASQUAL MAS
www.pasqualmas.com
Doctor en Filología Hispánica, catedrático de literatura y escritor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario