Donde
habita el amor
Petra Dindinger es autora de la novela La barrera, con la que fue galardonada
con el XII Premio Ciudad de Irún. También ha publicado numerosos relatos en
antologías y selecciones de textos premiados. Con los relatos de Eternos (Acen, Castellón, 2016) se
acerca a un buen número de enredos amorosos que gobernaron los destinos de
diversos personajes históricos y legendarios.
Enmarcados por un prólogo de Rosario Raro y
por un epílogo de Verónica Segoviano, heraldos de la palabra, los relatos de
Petra Dindinger, todos con subtítulo aclaratorio del tipo de relación que se
“ejemplifica” en las sugerentes historias que los nutren, penetran en
diferentes caras de las vinculaciones amorosas. Así pues, se asiste al
desarrollo de amores admirados, exiliados, condenados, incondicionales,
traicioneros, palaciegos, eternos, enclaustrados, irrenunciables, belicosos,
acorazados, ausentes, anhelantes, indiferentes, suaves, lascivos, atortolados,
filiales, predestinados, maduros y hasta porque sí.
Petra
Dindinger se centra en el enamoramiento y en la cadena de acontecimientos que
este genera. Del mismo modo que escribiera en toscano el barroco Giovanni Francesco
Loredano sus Ragguagli di Parnaso, en
cuya traducción al castellano resumió en sonetos cada uno de los pasajes el
almazorense Miguel Egual en el siglo XVIII, ahora Dindinger evoca en este
racimo de relatos con voluntad de pieza única —por lo de constituir un libro y
por lo adecuado del punto de vista de la autora—, amores que remiten a
leyendas, a hechos históricos y a invenciones literarias que sirven como
referente del caudal narrativo de la autora alemana afincada en Nules.
Dindinger regresa a las fuentes que generaron tantas pasiones para renovarles
la piel, para volverlas a contar con rigor y naturalidad, para actualizarlas con
una voz próxima y clara, aderezada de imágenes frescas, delicadas y potentes a
la vez.
Desde el primer momento, como para
advertirnos de que todo los que vamos a digerir es pura literatura, se fija en
los desencuentros con el amor y con la vida de Virginia Woolf; y también para hacernos ver que el amor es
juego se centra en Chao Ming-Chang y su esposa Li; e incluso pasaremos por
cuentos dentro de cuentos, como en “Unión”. Y será en esta sucesión de
vivencias donde encontraremos a personajes cuyo eco nos va a resultar familiar:
la hija de Tintoretto, Anayansi y Vasco Núñez de Balboa, Abelardo y Eloísa, el
rey Juan II y su amigo Álvaro de Luna, Safo y Eranna, Hanisa y Haika, Lanzarote
y Ginebra, y hasta la hetaira Friné “lasciva” que tanto ha dado que hablar
desde que incendiara con su fuego el mármol de Praxíteles.
El título del libro, que apela a lo
sobreentendido, se justifica en la medida en que somos conocedores de la
existencia de estos amores “eternos”; pero es en situar al narrador a pie de
obra unas veces, y en la voz de los protagonistas en otras, donde reside la
novedad y el acierto de Petra Dindinger. Nadie como el enamorado para saber lo
que cuesta tragar un nudo de desencuentro, un desprecio o una mirada que avanza
el fruto de unos labios. Nadie como el criado, el consejero o el amigo para
comprender y contar lo que contempla de cerca y casi toca. Sobre todo porque
estos narradores son cautivos de lo que ven y no caen en un lenguaje
alambicado. La palabra como arma de seducción y de entendimiento entre personas
—como ya hizo ver en su novela epistolar La
barrera— es también en Eternos un
elemento determinante que ofrece sin ambages la posibilidad de tejer relaciones
tan poliédricas como sugerentes, y este es un terreno en el que Petra Dindinger
se desenvuelve con soltura y nos gana como incondicionales lectores.
PASQUAL
MAS
Petra Dindinger
PALABRAS ANTIGUAS
Y ahora que este vate
te puede profetizar una canción,
recuerda cuando
llegaste, con la mirada plena de sueños
que en tu intimidad
guardabas tal senos curiosos y
deseosos de esperar
allá en la estación del Norte, día
a día, noche a noche, a
tu amada hija que nunca llegaba,
y tú la esperabas cada
día de cada noche, hasta la alborada...
Y todos decían: ay, ahí
está la loca de la alemana que
espera a una hija que
nunca viene porque es una fábula.
Y, como Cervantes y
Cela, como Goethe y Hölderlin,
empuñabas tu sueño
enhiesto al que jamás renunciabas.
Y jamás lo hiciste
porque, mientras los trenes pasaban
con sus destinos a
cuestas de una muy lejana lejanía,
tu fe era tan vasta,
tan enorme, que al final, camino hacia
el Sur, como una
epifanía, llegó ella. Y todos dicen, ¡ay,
la loca de la alemana
al final estaba cuerda, la alemana! Y
un mercancías paró en
tu estación, no importa qué
estación, si la del
Norte o si la del Sur, bajando en el
andén de la Facultad
del Saber aula 1109 contemplando
absorta y emocionada,
como todos los que te amamos
también lo estamos, la
promesa que tanto anhelaras:
en un estuche de papel
tu hermosa nieta te regala
su presencia que ahora
es el momento de abrazarla;
una novela vascongada,
veinte poemas desde tus
entrañas, y mil y un
cuentos de amores que son los
que a ti te aman.
Felicidades te deseamos los que
amigos tuyos fuimos y
seremos, y desde este día inmortal,
saber que no estamos
solos porque entonamos juntos
tu canción rielar. Qué
más da si nos tachan de lunáticos,
que aquí, un vate con
una canción escrita hoy día de Júpiter y diez
de noviembre, te
reclama y recita desde esta tarde memorial.
Recuerdo cuando
llegaste, con la mirada franca y llena de
pétalos de lirios,
nardos, días de lluvia, de rosas y primaveras.
Y para ti, para ti este
poema, para ti, solo para ti. Gracias, Petra.
ENRIC SERRA PRADES
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