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Curso 2016/17

miércoles, 11 de noviembre de 2009

CRÓNICA DEMENCIAL DE UNA COGORZA



José Carlos Grajeda Pérez

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Nota inicial: La presente crónica está realizada a partir de dos fuentes distintas. Hemos creído conveniente poner las dos, dado que no sabemos cuál de las dos es más confusa.

Letra normal: Crónica parroquial a partir de una entrevista al sacerdote del pueblo.
Letra en cursiva: Lo que nos contó el amigo de un amigo del panadero del pueblo.
Letra en negrita: Diálogos aproximados. No aseguramos que sean totalmente ciertos.
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De siempre es sabido que el ingenio popular es una parte fundamental de la riqueza cultural de nuestras tierras. Hoy esa creatividad creció todavía un poco más, pues el alimento humorístico-espiritual que recibió aquella mañana nutrió multitud de veladas sociales con la riqueza característica de toda anécdota nueva.
Lo que pasó a continuación fue motivo en el pueblo durante años de burla general. Dudo mucho que los padres vuelvan por aquí algún día.

Tras la sagrada comunión de una de las hijas predilectas de nuestra parroquia, iba a celebrarse un apasionante ágape para celebrar tal importante acontecimiento. Nuestro sacerdote se hallaba presente, pues los padres habían creído conveniente que el pastor, persona tan respetada tanto por su devoción como por su fe, estuviera presente en la comida como miembro importantísimo de la misma. Fue el primero en entrar a la tenebrosa sala.
El cura también estaba presente. Faltaría más, era amigo de la familia y además les había hecho un buen descuento por la ceremonia. Entró delante, supongo que para hacerse notar o para darse importancia.

-Jesús, que oscuro está esto.
-Joder tío, mira, un cura.
-Perdona hijo, ¿esta no es la sala de la comida de la comunión, no? (Carcajada general)
-¡¡Padre!! ¡¡Bendice esta copaaaaa!! ¡¡Oeoeoeoeeee!!

Pues dentro se hallaba un nutrido grupo de practicantes del noble deporte del balompié, ebrios de gloria, alegres mozos llenos de dicha tras la importante victoria conseguida en la final del torneo celebrado la víspera. Ellos quisieron hacer partícipe al sacerdote de su alegría, sin medir quizás todas las consecuencias de sus actos. En cualquier caso lo que pasó está disculpado por la necesidad de jolgorio y alegría que requieren ese tipo de celebraciones. La risa es una caricia para el corazón hambriento de felicidad.
Dentro estaba no se qué equipo que había ganado no se qué copa la noche antes, supongo que ante un equipo peor que ellos. En cualquier caso la entrada del cura les hizo gracia. Y es que estando tan pedo como estaban sólo les faltaba escuchar a un cura hablando sobre comuniones y banquetes.

Dentro de su espíritu rebosante de felicidad, sabían que no hay mayor alegría que la compartida, así que se solazaron imbuyendo al sacerdote de una especie de bendición profana, aunque no por ello menos bienintencionada, como una forma de festejar tamaña hazaña deportiva. Quizás no midieron del todo las consecuencias, pero repito, no hubo ningún tipo de mala intención en actos tan propios de esa dicha jubilosa propia de una felicidad desmedida, de una camaradería extrapolada desde el ámbito de su exultante juventud.
Cogieron la copa que habían ganado, que estaba llena de ron con cola, y se la echaron por encima al cura. Tendrías que haber visto a monseñor tiritando de frío y repitiendo no se qué en voz baja, supongo que para que no se le escapara un taco.

Fue tanto el exceso de felicidad compartida que, sumado a los años del padre Agapito, provocó un ligero vahído en la consciencia de nuestro sacerdote. Los buenos muchachos sujetaron al buen pastor, protegiéndolo para que no sufriera una aparatosa caída frente a ellos. Seguidamente, amparándose en las normas cristianas de buena conducta, lo sujetaron firmemente y le aplicaron un remedio refrescante, una manifestación de cuidado y cariño, velando por el pastor de tantas almas errantes y desvalidas.
Casi se les jode la fiesta, porque el cura se desmayó, vete a saber por qué. Lo sacaron fuera y le metieron la cabeza en la fuente, ya sabes, ésa que trae el agua tan fría del manantial. Y luego para que se despertara bien del todo le dieron un par de cachetadas.

-Ahh, grandísimos hijos de –nuestro señor-. Dios os –tenga en su seno- a todos.
-¡Padre!, por fin se ha despertado. Pensábamos que no iba a seguir celebrándolo con nosotros. (carcajada general).
-La madre –de nuestro señor Jesucristo-. Iros todos –con Dios-.

Al principio, todo hay que decirlo, nuestro padre no entendió el malentendido creado por su exultante alegría, por la manifestación de esa gran capacidad creativa que se manifiesta en las grandes ocasiones. Dicen que la dicha es una fuente de nuevas situaciones, punto de partida de momentos únicos. En este caso, tiñó la realidad de tintes violáceos, dando paso a una quietud paulatina tras una aparente actitud vehemente, manifestada desde el más profundo respeto hacia los demás, pero a su vez adornada con el peso de la párvula imprecisión del error humano.
Después del cabreo lógico del cura, parece que alguien llamó a la policía. En media hora se los llevaron de allí, ya no supe que fue lo que pasó. La verdad es que fueron un poco cabrones. Ni que decir que al encargado le despidieron, pero la culpa no fue toda suya. A saber en qué momento de la noche alguno de los borrachos cambió el letrero del Psicódromo por el de Souvenir, del mismo dueño pero justo al lado. Eso le pasa por poner carteles baratos de latón en lugar de esos luminosos que se atornillan.
¿Qué no te lo crees? Pues en el pueblo no se habla de otra cosa.

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