Hasta hace poco tuve en casa un pequeño dragón. Rubio, alto y con ojos
negros, cabezón, geniudo y bueno .Nacio un frío día de febrero y fue
creciendo poco a poco y cada día era mas rubio y mÁs guapo. Le gustaba
jugar e imaginar, pensaba en construir casas, en organizar grupos, en
convertirse en el personaje de su cómic preferido. Lo miraba una y
otra vez hasta desgastar la pequeña caja tonta, coleccionaba todo lo
que de él se publicaba. Era su fan incondicional, tanto que durante un
tiempo, cuando lo sacaba del baño para secarlo y ponerle el pijama
vía en su piel las finas escamas de un dragón rubio y precioso.
De repente, y como tocado por una varita mágica mi pequeño dragón
abandonó sus juegos infantiles para dedicarse a las diversas
consolas que pasaron por sus manos y de ahí a la tecnología
informática. Dedicó a ello infinidad de horas. Ya no necesitaba a
nadie que lo sacara de la bañera y durante un tiempo estuve espiando
detrás de la puerta para cerciorarme de que aún le quedaban pequeños
resquicios del dragón que fue.
Y la varita mágica de la vida lo hizo crecer tanto que tenía que
mirarlo casi hasta el infinito.Mi pequeño dragón se convirtió en un príncipe
rubio, alto y con ojos negros. No puedo ni pensar a cuantas
dragoncitas no conquistó, ni en cuantas noches locas a la luz de la
luna y a la orilla del mar no pasó, ni cuantos pubs visitó y cuantos
cubalitros ingirió.Lo que sí creía saber a ciencia cierta era que las
escamas habían desaparecido por completo. Mi dragón tenía por aquel
entonces otras preferencias.
Su paso por la escuela de dragones lo trasformó en un divo de las
manualidades, tanto que hacían que me sintiera orgullosa. A mí, que lo
único que salía de mis manos eran cuatro letras inconexas, me había
tocado en suerte un genio de los diseños.Me sentí afortunada, como
tocada por la misma varita mágica. Y, por las noches, cuando me iba a
dormir, miraba mi piel con la esperanza de ver en ella una o dos
escamas de dragona.
Y entró en el mundo de los navajazos por la espalda, en el de unos
mandan y otros obedecen, en el de "el jefe siempre tiene la razón y
eso se hace así porque lo digo yo". Y a mi pequeño y feliz dragón le
crecieron tanto las escamas que ya no eran las de un simpático dragón
sino las de un gran dinosaurio a punto de devorar al dictador.
Y, como en los cuentos,un buen día llegó una bella princesa, una rubia
de ojos claros que puso en erupción todas sus escamas volviendo a
transformarlo en un bello príncipe.
Pasó el tiempo y la princesa de ojos azules se llevó al príncipe a su
torre donde ahora viven felices para siempre.
Cómo ha pasado el tiempo, con que rapidez han desaparecido las
escamas -pensé. Pero a los dos o tres días de su marcha, descubrí
entre los papeles olvidados en una de sus estanterías dos o tres
cómics de su protagonista favorito. Enseguida me dije: ¡Qué suerte,
bella princesa, tú también vas a disfrutar de mi pequeño Dragón Ball!Y
esa noche, en mis sueños divisé a una pareja de pequeños y preciosos
dragones que venían hacia mí con un dragoncito rubio y con los ojos
azules.
No hay comentarios:
Publicar un comentario