EL DRAGÓN Y SU MUÑECO DE TRAPO

José Carlos Grajeda Pérez
El dragón acunó a su muñeco de trapo, meciéndolo dulcemente como si de un hijo se tratara, susurrándole al oído algunas palabras cargadas de ternura. Unos instantes después le dio un beso de padre preocupado y lo dejó en su cunita.
-Tienes que portarte bien esta noche -dijo firme pero comprensivo-. Papá se marcha en busca de dragonas.
Atusó sus largas orejas, se peinó con delicadeza, con esmero, como si de un pelo dependiera que esa noche fuera o no fuera a triunfar, y luego se lavó con paciencia las alas y la cola, deteniéndose un poco en aquellas escamas que le daban más problemas.
-Hoy va a ser una gran noche –se decía mientras se ponía un poco de colonia por debajo de las alas-. Con este tipazo soy irresistible.
Abrió la ventana del baño y exhaló una fuerte llamarada por la boca. –Mmm… un poco fuerte, ¿dónde habré puesto los chicles de menta?
Finalmente, tras mirarse una última vez en el espejo, salió de casa cerrando la puerta con mucho cuidado, como si adentro fuera a despertar a alguien. Y la habitación quedó en silencio, muda como un confesionario vacío.
Horas más tarde entraba de nuevo, y esta vez acompañado de una dragona hermosa, imponente, de ésas con las que los dragones sueñan todas las noches. Tras una sesión draconiana de sexo, ella se marchó aduciendo que mañana tenía un compromiso familiar, y él se levantó, cansado pero insomne, en busca de su muñeco.
-¿Sabes? -dijo mirando fijamente sus ojos de trapo, que ahora reposaban en sus rodillas- Creo que no la volveré a ver. Es simpática y está tremenda, pero sospecho que en el fondo lo que ella busca es compromiso, una relación estable y formar una familia. Y a mí no me gustan los niños.
Le dio otro de sus besos paternales, acostándolo y arropándolo con mucho esmero.
Y la habitación quedó en silencio, muda como un confesionario vacío.