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Curso 2016/17

viernes, 27 de noviembre de 2009

EJERCICIO NÚMERO 8

Volvemos a nuestra tradición unidireccional con este ejercicio. Es decir, una semana, una propuesta, no obligatoria y sí completamente libre en cuanto al número y género de los textos - si es que lo tienen-.

A partir de esta imagen de Marta Aparicio titulada La cárcel del verano escribiremos todo lo que nos sugiera: sensaciones, vivencias agazapadas, esperas, etc.
Para que el blog se convierta esta semana en amarillo verano o amarilla nostalgia de él.
Como veis la poesía se pega, se contagia, es una enfermedad de trasmisión textual.
Vicenta Gallego

No es la cárcel, es la espera.
La espera dónde duermen los sueños.
Sueños soñados acunados en las tumbonas, amigas íntimas del placer.
Ojos semiabiertos jugando con los rayos del sol.
La piel acariciada por la brisa suave que despierta los sentidos.
¿Vendrá o no vendrá?, si viene le daré un beso.
Y las olas cantando sin parar...¡ qué sueñecito!.
Las tumbonas lo saben todo, por eso esperan que llegue el próximo verano, tranquilamente.

Pura Simón

EL PARAÍSO PERDIDO

Cuando llegué a aquella pequeña localidad costera, sólo tuve un deseo: que llegara el día de mi partida. Habría de permanecer allí hasta que me dieran un nuevo destino en mi trabajo, motivo que me había llevado hasta aquel desolado paraje, y que, en el mejor de los casos, sólo sería un año.

Era un día lluvioso de finales de septiembre, y los últimos veraneantes ya habían abandonado el lugar. Los únicos habitantes visibles eran jubilados ingleses, alemanes o suecos afincados en la zona, aferrados al calor de una tierra lejana a sus países de origen para pasar sus últimos años de vida.

Me costó encontrar un bar abierto donde poder echar un bocado, lo cual me exasperó considerablemente. Todo -hamacas, toldos, sillas, sombrillas- había sido plegado y recogido hasta una nueva temporada, lo mismo que si del desmontaje de una puesta en escena se tratara. La representación del júbilo y la algarabía sobre un decorado con paisaje de color en días soleados y noches de música a la luz de la luna había llegado a su fin. La estampa la completaba un enérgico viento que azotaba las palmeras, las cuales se resistían a ser abatidas, y que consiguió que yo acabara de volcar toda mi hostilidad hacia aquel sitio, ya que me impedía avanzar a lo largo del paseo en busca de un puesto donde saciar mi hambre.

Yo, por entonces, venía del centro de una ciudad del interior, relativamente grande, en la que la agitación, el gentío, las propuestas, las ofertas y el vaivén frenético eran la costumbre, y la echaba de menos. El despertar con las campanas de su majestuosa catedral había dado paso a conciliar el sueño al compás de las olas del mar. Las palomas que revoloteaban en el patio interior del viejo edificio del casco histórico donde vivía habían sido sustituidas por las gaviotas que planeaban a sus anchas sobre la arena marinera, y que yo podía contemplar desde mi terraza con vistas al mar. La verdad, dudaba mucho que pudiera habituarme a aquel forzado retiro.

Pero, casi sin darme cuenta, fui integrando mi soledad en aquel remanso de paz, donde mi alma se abría y experimentaba sensaciones placenteras que nunca antes había gozado. Incluso llegó el momento en que el sosiego y la libertad alcanzados conseguían que, cuando me ausentaba de allí, me faltara el aire para respirar y me invadiera un ferviente deseo de volver a aquel paraíso que parecía haber sido creado para mi propio disfrute. Llegué a sentir que todo aquello, de alguna manera, me pertenecía un poco y que yo también pertenecía ya a aquel ámbito. Que, sin duda, era el lugar donde quería vivir.

Poco a poco, me fui dejando seducir por cada rincón de aquel espacio, maravillándome con cada nuevo descubrimiento: una nueva ruta que recorrer, una asombrosa vista que contemplar, una recóndita terraza donde descansar. No había cosa que no despertara gratamente mis sentidos.

Descubrí cómo, en el silencio nocturno, una luz en la ventana de enfrente puede ser reconfortante o motivo de excitación y cómo un ruido en el apartamento de arriba puede ser causa de incertidumbre o de seguridad. Me conmovió el embelesador reflejo de la luna sobre el mar en la clara noche, acompañado de la música radiada por un viejo transistor, y sentí la fascinación del colorido arco de parte a parte del océano con la incipiente aparición de los rayos luminosos tras la encabritada tormenta. Aprecié, cada amanecer, como único testigo, los centelleos de las pequeñas embarcaciones pesqueras, en la inmensidad del mar, volviendo a puerto tras la dura faena.

Y disfruté el renacer de la primavera, contemplando la estrenada fisonomía del paisaje, que despertaba del largo letargo invernal. De nuevo, la luminosidad, la actividad y las gentes se adueñaron del lugar, exhibiendo su alegría y alborozo. Sorprendentemente, yo, entre todo aquel despliegue, me sentía poderosa, como si la complicidad establecida durante meses con el entorno me hiciera merecedora de ser un poco más dueña de él.

Y volví a recibir al otoño, y con él llegó, otra vez, el aislamiento y el olvido. Pero eso ya no suponía ningún rechazo por mi parte. Muy por el contrario, permanecí allí, al confortable resguardo de aquel mar y de aquella tierra, durante cuatro años más; hasta que llegó el momento de la despedida. Nunca hubiera imaginado que un lugar tan ajeno lograra instalarse de esa manera en mi alma, y que me pudiera sentir tan huérfana, tan destronada, ante el paraíso perdido. Hoy, desde la distancia espacio-temporal, y desde la serenidad, sigo recordando los años que pasé en aquel lugar y no hay duda de que fueron algunos de los mejores de mi vida.


LA CÁRCEL DEL VERANO.

Kaye Saunders

Encarrilados hacia el mar comienza la ilusión del veraneo, atrapados todos en el culebreo colorido de coches, capsulas de aire acondicionado, bajo en sol implacable.

Un caracoleo impuesto día tras día, mañana, tarde incluso fines de semana para ira a lucir bronceado, todos atascados en el círculo de los hábitos de verano.

La tiranía del verano pone a cada uno en su sitio. Los afortunados agobiados por el calor, se enjaulan en apartamentos expuestos a la brisa del mar y a la mirada de todos, los currantes se enclaustran en oficinas de frescor asegurado.

En la playa los extranjeros pillados por sus costumbres cercan su territorio del día entre dos parasoles clavados en la arena a horas muy intempestivas. Cuatro toallas extendidas con precisión militar encierran su ilusión veraniega. Los demás con calma erigen sus barricadas en primera fila de playa y codo a codo se escurren al Mediterráneo.

El paseo matutino se convierte en maratón masivo y el de tarde en una agobiante congestión de gentío, y vendedores que se confunden con la noche bochornosa. Por la noche los decibelios de fiestas vecinas envuelven todo, pero eso es la esencia del verano.

Por la tarde la inmensidad del mar vaciado de veraneantes, recobra su esplendor con destellos de los últimos rayos de sol bailando sobre el agua, añicos brillantes de rosas, azules, malvas, hipnotizantes con el vaivén de la marea. Entre el ocaso y el mar me deslizo, el agua cálida, bálsamo para el cuerpo, liberación para el alma.

Verano azul (Into the blue)

Verónica Segoviano

Entrados en julio hace calor para aburrirse. He preparado una sopa de tomate Vida y la he guardado en el Kelvinator para que esté bien fresquita cuando vuelva Jacinto, mi marido. Me asomo a la ventana al reclamo de un griterío. Una familia carga un Peugeot 403. En la vaca un parasol y varias sillas de lona rayada, radiantes con su etiqueta de Muebles Garby. Parecen resistentes. Nosotros nunca vamos a ninguna parte. Jacinto dice que eso de las vacaciones es para gente pudiente.

Vuelvo al salón a cubierto del sol. Si ayer hubiera estado mi hermana podríamos habernos alargado a Galerías Preciados a perfumarnos y haber burlado esta temperatura agobiante. A Jacinto no le gustan los ventiladores, dice que se le corta el sudor. Para hacer más llevadero este verano me he sacado a plazos dos obras de Don José Mª Gironella, “Un millón de muertos” y “Los cipreses creen en Dios”, a través de un cupón de Crédito Editorial Ibérico. Total, un reembolso de 50 pesetas y nueve meses a 50 pesetas cada uno. No se lo he dicho a mi marido, pero he vendido dos papeletas de empeño del Monte que tenía con el reloj de cadena de mi padre y un aguamanil por el que me dieron 125 pesetas en su día. El resto lo juntaré con pequeños ahorros del presupuesto mensual que me da. Para empezar esta semana no iré a la peluquería. Subiré a ver a la Acacia, la del tercero, que me haga la permanente y me ponga ella el plis. Si me pregunta, le diré que me han tocado en alguna rifa en el mercado. No creo que sospeche, nunca me acompaña a la compra. Hay retraso en el servicio de Correos por las vacaciones y por eso no me han llegado los libros. Paciencia, así los cogeré con más ganas.

Mi reloj Omega marca las cinco. Como todos los domingos, Jacinto se ha ido a la taberna a echar la partida y escuchar la etapa del Tour por la radio. Enciendo el televisor y miro “A tiro de cámara”, un espacio filmado que trata de la actividad de la mujer en varios campos profesionales. Me gusta sobre todo ver a las chicas jóvenes que trabajan en las oficinas. Luego miro “Mundo insólito” un programa que presenta aspectos insólitos de la vida que apenas percibimos y, sin embargo, están ahí con su sorprendente realidad. El televisor me hace mucha compañía. Tengo suerte de disfrutarlo, mi hermana, sin ir más lejos, no tiene y algunos fines de semana viene con los críos y su marido a ver algún programa. Jacinto no pone muy buena cara, pero creo que lo prefiere a ir de visita a su casa. De repente, se va la luz. Estos calores tenían que terminar como siempre ocurre, en truenos.

Me refugio en la radio. El Tour, toros o religión. Un curita cuenta con fervor que Juan le decía a la Santísima Virgen señalando a Jesús: “He ahí a tu hijo”; y luego se dirigía al mismísimo Jesús para soltarle eso de: “He aquí a tu madre”. Obvio me digo yo y apago el transistor.

Me abanico con el periódico hasta que se me pasa un poco la sofoquina. No es que traiga muchas noticias. Por lo visto, la Dirección General de Seguridad comunica a través de una Disposición para la salvaguarda de la moralidad y las buenas costumbres que, los mayores de catorce años, no podemos usar traje de baño ni pantalón corto por las calles, carreteras, restaurantes, bailes… salvo los merenderos de la playa acotados en las fechas estivales. Si ya lo dice mi Jacinto, contra el calor lo mejor es taparse. Y si ahora lo ordena una ley, cierto será.

Se ha clausurado el II Congreso de la Familia Española. Se nos advierte que los nuevos horizontes que se abren para la mujer fuera de casa, no deben menoscabar nuestra función primaria de madre y educadora, sementera y baluarte de los valores morales del hogar. No me afecta, carezco del ornamento de las familia cristiana, los hijos. Ya me gustaría hacer reyes a mis hijos y pagar por esa luminosa ceguera. Sería una dependencia viva, libre y no esta servidumbre que me ha tocado. No me desespero, aún soy muy joven.

Carmen de Lirio se ha convertido en la Señora de Ruvinskis. A la pobre se le ha ido el hombre a Buenos Aires en plena Luna de Miel. El trabajo, dice ella, es casi tan importante como el amor. No sabe si se va a dedicar al hogar, lo que sí sabe es que desea multiplicarse. En casa manda él y ella sabe obedecer. Vaya novedad pienso yo. A fin de cuentas da igual que seas la mujer más guapa del momento o una del montón.

Me doy una vueltecita por los anuncios por palabras. Jacinto me dice que estoy boba, que no nos hace falta nada. Me hace dudar, pero cuando no está los miro.

Señalo dos en la hoja de Huéspedes:

Centriquísima, confort, completa. 2214587.

Señorita sola, maestra, domicilio. 3518268.

Se los pasaré a una amiga del pueblo que está pensando en venir a vivir a la capital por si le hacen avío. Al principio estuve tentada de decirle que no se moviera de allí, que aquí no hay para tanto. Pero luego me arrepentí, porque no tiene un buen panorama. Se ha quedado sola la pobre y no tiene quién se haga cargo de ella.

Por ser día festivo la hoja de caridad viene más llena que de costumbre.

4103. Audífono para profesora de primera enseñanza, sola, necesario para ganarse la vida. (Presup. 2850 Ptas.)

4114. Atrasos de casa a viuda enferma, con tres menores, madre y dos tías ancianas.

4118. Atrasos y desempeños a familia con cinco niños; los padres mudos.

Son las ocho y cuarto. Ha vuelto la luz. Menos mal, no quiero perderme “Gane su viaje”. Es un concurso turístico que presenta Jorge Arandes. El afortunado matrimonio de hoy se lleva ochocientos diecinueve kilómetros, suficientes para viajar a cualquier rincón de España. Los hay con suerte.

Pasan de las diez. A estas horas no creo que Jacinto venga a cenar. Me tomo la sopa fría. Miro la película de largo metraje mientras plancho. Sobre las once aparece en el salón. Le brillan los ojos. Ni se me ocurre ofrecerle de cenar. Se descalza y se desploma en el sofá. Mientras ronca, le remiendo los calcetines y escucho la preciosa voz de María de los Ángeles Herranz recitando en “Versos a medianoche”. Como cada día la programación se despide con el “Momento Musical”.

Han pasado los años y apenas me quedan más recuerdos del verano. Tal vez el horror encarnado en el Dúo Dinámico y su éxito “El final del verano”. Los llantos cuando a Desi de “Verano Azul” le bajó la regla. Era ya lo que le faltaba a la pobre, encima de que llevaba gafas y hierros en la boca. Las portadas de periódicos cuando murió Chanquete. Y aquel bendito día en que Jacinto me anunció mientras chupaba un Frigo Pie: “No eres tú, soy yo. Necesito unos días para ver si te echo de menos”. No sé cómo podía comerse eso, a mí me daba un tufillo a queso, un puntito a pedicura que me echaba atrás. La verdad, no se me ocurrió decir nada. Me quedé sola en la terraza de aquel bar, comiéndome un Frigo Dedo. Libre para marcharme por fin de vacaciones a la playa, aunque fuera con mi hermana, sus cinco hijos y el pesado de su marido.




MI PASION
Maribel D`Amato

Ya es verano, dije un día a mi compañero de asiento de aquel autobús que nos llevaba a la playa. Hoy voy a abrir las puertas de rejas que guardan sillas y tumbonas. Y así con las rejas abiertas saldrán a pasear todos nuestros deseos. Volarán nuestras ganas de tumbarnos al sol y tocar la arena con los dedos, nuestra sed de cerveza en el chiringuito ,nuestro libro olvidado tras la puerta del frío invierno ,nuestros vestidos de tirantes,esas cálidas noches de fiesta de la espuma y aquel beso ni robado, ni furtivo.
Cuantos buenos recuerdos tras esas rejas, Hay que dejarlas abiertas, que salgan sillas y tumbonas a reencontrarse cada cual con su trasero. La de rayas azules con el de la adolescente que sueña con un amor eterno, el de la madre primeriza con una silla ligera que no le impida ir tras sus traviesos gemelos, una tumbona de rayas verdes para la pareja de cuarenta que apenas se hablan y una alta y multicolor para la madre o la abuela. Cada una con su silla y con sus sueños.Hay sillas para las altas y para las bajas, para flacas, para menos flacas y para autenticas gordas .Todas ellas resisten alegres lo que a cada una les toca.
Son sillas de sol , de sombrilla, de aluminio, de fibra, altas, bajas y mas bajas. Todas ellas albergan una historia, seguro que alegre y optimista ,nadie debe encarcelarlas de nuevo es mejor subirlas a casa y guardarlas detras de la puerta para que sean testigos fehacientes de esa mano que pasa las hojas de un almanaque con paisaje de mar y palmeras y hablarles cada noche y contarles que solo quedan unos doscientos días para que vuelvan a lucir orgullosas sus rayas un tanto desvaídas por los rayos de sol.

VERANO INFIEL

Isabel Ubé

Te agradezco que este año

retrasaras tu partida,

que dejaras escapar el tren

con hora fija.

Acaricié el regalo de esos días,

de esos rayos

de calor iluminados.

Por eso ahora

aún te extraño

tanto,

que ayer

quise volver

a nuestra playa.

Me descalcé

para sentirte

entre la arena,

reflejado en el azul

de un mar en calma.

Mas la fina arena

estaba fría

y la espuma de las olas

borraba toda huella.

Sé que otro Hemisferio

te cobija,

que vives feliz

entre otras gentes.

Yo te espero impaciente,

como siempre,

guardado bajo llave

nuestro lecho

de hamacas y tumbonas.

Regresarás

tras la futura primavera,

acariciando mi piel

con suaves cremas.

Mi amante,

Verano infiel

alegrando mis días

y mis penas.


Elena Torrejoncillo.

Apresó al sol
la cárcel del verano
heló mi mano.

Cristina Cabedo Laborda

HACE CALOR

No entendía por qué mi padre ponía el candado más grande que tenía para que no entraran a robar al trastero donde guardábamos las sillas para ir a la playa, incluyendo la de uso exclusivo de mi madre porque según ella tenía un mejor respaldo, las esterillas, las toallas: unas para poner encima de la arena, otras encima de las propias esterillas porque si no molestaba un poco su trencilla y otras para secarse al salir de tomar el baño, las palas de ping-pong, dos juegos por si queríamos jugar más de una pareja y cinco pelotas por si perdíamos algunas, la barca hinchable, los remos de la barca hinchable, otros remos que compramos en un Todo a 100 porque pensábamos que habíamos perdido los remos que venían ya con la barca hinchable, la colchoneta de la Sirenita de mi hermana pequeña, la colchoneta de Mickey de mi hermano pequeño porque decía que la de la Sirenita era para chicas y que él no la podía usar, los manguitos que utilizábamos cuando éramos pequeños, los corchos largos que no sé cómo se llamaban pero que para nosotros eran “lo de la abuela” porque eran a los que mi abuela se aferraba cuando se metía de medio cuerpo para arriba en el mar, la tabla de surf de mi primo Juan, la otra tabla de surf de mi otro primo Miguel comprada por pura envidia y con el primer sueldo que ganó como camarero en el chiringuito (yo creo que ese verano sólo trabajó para comprarse la dichosa tabla), la nevera de playa, la sombrilla azul, la sombrilla roja y rota pero que aún no habíamos tirado y las enormes bolsas de tela con dibujos de palmeras para meterlo todo. Y es que continuo sin entenderlo porque, total, si nos entrasen a robar, mi padre por fin podría ir a la playa como siempre ha querido y ha refunfuñado entre lamentos: “con el bañador puesto y una toalla colgada del hombro, ¡suficiente!”.


Mar Olmedo

LIBERACIÓN
Acostadas,desvalidas,sin un función sin ilusión.
Añorando la mar brava o la mar en calma,
sin sentir el calor.
Abandonadas sin remedio,encerradas en el tedio,
esperando nuestra estación.
Apiñadas y juntas,inservibles y sucias,
dejadas en un rincón.
Sopla el viento,llueve dentro de esta lúgubre prisión.
Llegará el sol,llegará el día de la liberación.
Mientras tanto,recordaremos juntas
risas y juegos,arena y abrazos
instantes de vida,retazos de amor.

Marta Aparicio.
LA CÁRCEL DEL VERANO.

Lo que más me gusta del verano es el final. Sí, sí, me encanta cuando se acaba y todo el mundo empieza a quejarse. Porque justo en ese momento aprovecho para gritarles: “¡Falsos! ¡Que sois unos falsos y unos desagradecidos!...” Porque cuando llega octubre ya nadie se acuerda ni de las sillas, ni de las toallas, ni de los chalecos salvavidas, ni de las colchonetas... Durante las vacaciones todos les hacen la pelota para que la silla aguante todo el día a pleno sol; para que la sombrilla resista bien plantada hasta los días de más viento; para que la colchoneta nos balancee suavemente sobre las olas sin volcar... Pero luego, durante meses, nadie se acerca a ver cómo están. Pensar en ellos sí que se piensa, ¡por supuesto! Pero una vez más es en plan egoísta: “cómo echo de menos al verano...” Claro, tú lo echas de menos. Pero, ¿qué me dices de todos ellos, que se encuentran a merced de que una subida de la marea les ahogue en su propia cárcel, la cárcel del verano?

Ahí se queda el verano, encerrado en pequeños compartimentos. En los embarcaderos de la playa, en los cobertizos de montaña, en la memoria de cada uno...


Inmaculada San José

Creo que ha terminado el verano porque guardan las sillas, las tumbonas y demás útiles de playa y de terraza de chalet.

Todo descansa encerrado hasta que vuelva el verano.

Nadie va a robarlas.

Despiertan la nostalgia de ratos agradales.

Saldrán de su encierro.

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