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Curso 2016/17

sábado, 7 de noviembre de 2009

DENTRO DE LA BOTELLA


Cristina Cabedo Laborda

Estábamos en esa etapa en la que a todo aquel a quien le decíamos que en mayo nos casábamos nos preguntaba aquello de: “oye, ¿y vosotros cómo os conocisteis?”

Todo el mundo piensa que los chinos no se empanan de nada, pero en realidad son más listos que el hambre. Ellos sí que saben a ciencia cierta que para nosotros todos los orientales son iguales y así arramblan con todo lo significativo de culturas con ojos rasgados. Así ahora podemos encontrar manki-nekos (o gatoquemueveelbrazo) y sake en todos los restaurantes chinos, cuando en realidad son propiamente de origen japonés.

Era una leyenda urbana que dentro de la botella de sake recubierta de papel de aluminio había un dragón embalsamado por el propio alcohol.

Verónica y yo ya estábamos borrachas de licores chinos cuando decidimos hacer un sinpa. Pero con los nervios del momento y los litros de alcohol, al salir huyendo del restaurante, la bufanda de Verónica tocó con una botella de sake, que cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Y allí estaba mi dragón. Llevaba en la botella desde 1986 pero no había llegado a ser embalsamado. Saltó a mi bolso y huyó con nosotras. Se dio una ducha en mi piso e intentó quitarse el olor a alcohol con media botella de colonia. Mientras se secaba las escamas me di cuenta de por qué me sonaba tanto: era igual que David Bowie, con ese pelo estrafalario y ese traje negro que había colgado de la mampara, y es que claro, fue capturado justo en el estreno de Dentro del laberinto. A mi me fascinaba porque había visto mil veces esa película y siempre había soñado con mi propio Bowie. Él se escandalizó al saber que su ídolo había sido reemplazado por jóvenes artistas sin talento pero con continuas salidas y entradas en centros de desintoxicación. Por supuesto no cambió su look, para reivindicar su admiración por Bowie y también me idealizó a mí por haberle sacado de la cárcel que suponía la botella. Por mi parte, le hice prometer a Verónica que nunca diría que en realidad fue su bufanda quien lo liberó. Y es que un dragón así no se le cruza a una todos los días.

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