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Curso 2016/17

miércoles, 28 de octubre de 2009

PROMETO QUE NO FUE UN ACCIDENTE


José Carlos Grajeda Pérez

Prometo que no fue un accidente. Prometo que no lo volvería a hacer. Puedo prometer, y prometo, que la vida me llevó a esa situación. ¿Puedo prometer y prometo? Ya parezco un político, y esa no es mi intención. No me hallo en ningún mitin, ni ante un auditorio repleto de gente, ni ante un grupo de personas hostil o a favor. No sé dónde estoy, no sé si todo es vacío y oscuridad o con quién demonios estoy hablando. Sólo sé que las palabras debería, tengo que, es conveniente… carecen de sentido, como toda sonrisa o cortesía social. Y sin embargo necesito un abrazo más que nunca.

¿Por qué lo hice? Supongo que para acabar con un terrible vacío que sangra mi interior, para transformar el vacío en nada. Sin embargo, irónicamente, el vacío ahora se ha hecho mucho más profundo que antes. Ya no puedo ver, oler, respirar o sentir. Me he convertido en un punto dentro de una fría laguna, pues desde aquí no alcanzo a ver ninguna orilla. Ojalá una barca cruzara las aguas para sacarme de este lugar. Pero, ¿qué lugar? Aquí no hay nada de nada.

Nadie entiende a los locos como yo, que dejan de existir por voluntad propia para convertirse en ecos vacíos de un periódico de sucesos. Debería sonreír un poco, a fin de cuentas las reacciones de un demente como yo no tienen ningún sentido, y eso es gracioso, ¿no?

Aunque para graciosa la cara de sorpresa del pobre chico que entró a robar a mi casa, que veía cómo mientras me apuntaba con el revólver, me acercaba a él sonriente. No me entendió cuando de repente le di la espalda y salí al balcón, sentándome en la mugrienta silla que guardo allí, y tampoco me entendía cuando hacía caso omiso de sus gritos y amenazas pidiéndome dinero, joyas…ese tipo de cosas sin ningún valor.

Pero lo más gracioso de todo fue cuando pensó que no había sido lo suficientemente duro y se acercó hasta mí para ponerme el revólver en la frente. Le agarré la mano, bajé un poco la pistola y me puse a mirar por el cañón del arma haciendo muecas como si de un catalejo se tratara. Como toda mi vida he sido un puto cobarde, le provoqué diciéndole que la tenía tan pequeña que seguro que se cepillaba a su revólver todos los días. Aún puedo sentir el temblor de su mano en la mía, el miedo que ocultaba tras esa fachada de agresividad y el estupor que sintió cuando yo, decepcionado por su pasividad, apreté el gatillo en contra de su voluntad.

Pobre chaval. Me hubiera gustado conversar con él, darle las gracias y una palmadita en la espalda…buen chico. Me hubiera gustado decirle que no se preocupara, a fin de cuentas llevaba el disfraz de Halloween, iba muy bien caracterizado, seguro que pasaría por parte de la decoración. ¿No se darían cuenta los vecinos? No hay problema, son todos unos idiotas. Al morir iba a convertirme en un muñeco, pero es curioso, creo que el principal muñeco fue el tipo que me mató.

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