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Curso 2016/17

jueves, 29 de octubre de 2009

REENCUENTRO



IQuer
Nunca supe como llegué a esta situación, mi vida parecía normal dentro de esta sociedad privilegiada. No recuerdo cuando perdí el control, quizá cuando me divorcié. En aquel momento creí tomar la decisión correcta, el problema vino cuando decepción tras decepción no pude encontrar la pareja adecuada. Claudia si lo hizo, incluso me han contado que ahora está preñada.

Lo que más me degradó fue el no estar al lado de mis dos hijos, de no envejecer junto a ellos viéndolos crecer, de que otro ocupase mi lugar. Ni las prostitutas, ni el alcohol, ni el póker, consiguieron parar el proceso obsesivo-destructivo que se afincó en mi ser. Perdí la cualidad de habitar en el presente y de saborear la vida. El tiempo escapó a mi control como agua que se desangra entre los dedos cuando mas sed tienes, como un torrente que abandona tu cuerpo deshidratando así el espíritu y dejando al descubierto el lado más oscuro.

Tenía que actuar, el macho invasor tendría que morir, y a Claudia, ya veríamos. Mejor sería eliminarlos a los dos, pero... y mis hijos, los haría unos desgraciados. ¿Qué harían sin su madre?A quién pretendo engañar, el único que sobra soy yo. No tengo nada a que agarrarme excepto a estas rayas de cocaína, ni trabajo ni verdaderos amigos, solo un momento de lucidez para pegarme un tiro con gracia.

¡Bang!

¿Qué ocurre, por qué siento este intenso dolor después de muerto, o quizá no lo estoy? Aún me mantengo en pie, también puedo ver por el ojo que me queda, ¡he fallado el tiro!. No puedo hablar y por momentos me quedo sin fuerzas, tengo que llegar al balcón y pedir auxilio.

He conseguido sentarme en esta silla con la esperanza de que los vecinos me vean. Se extrañaran al verme en calzoncillos y la cara destrozada. Me estoy petrificando por momentos debido a la parálisis cerebral y la ventisca de nieve, mi piel debe de estar morada. Mierda, el maxilar inferior ha cedido y la lengua se ha descolgado, muchos muertos deben de tener mejor presencia que yo.

La gente que pasa por la calle se sobresalta al verme, pero al instante se les dibuja una radiante sonrisa. -Es el mejor que he visto, menudo adorno han colocado los muy jodidos-. Ese era el tipo de comentarios rancios que he escuchado durante cuatro días, menos mal que los niños me han hecho compañía, aunque a veces se cebaban tirándome bolas de nieve.

Jonathan ignoraba que en el otro extremo de la ciudad su mujer cargaba las maletas en su viejo coche. No podía aguantar más palizas y menos aún llevando una vida dentro. Supuso que el día de Halloween sería apropiado para volver a intentarlo, quería que sus hijos volvieran a ser felices.

Nada mas aparcar, los niños corrieron hacia su antigua casa. -¡Papá, papá hemos vuelto. Pa...paAAAAAAAAAAAAA!!!!!

Los gritos de pavor rescataron, por un instante, a Jonathan de la muerte. Quiso abrazarles, decirles cuanto los amaba, estrecharlos en sus brazos... pero solo una lágrima fue mensajera de tantos sentimientos. Una lágrima que se cristalizó al contacto con el frío y encerró para siempre la imagen de su familia en la retina.

1 comentario:

Rosario dijo...

Angustia y desazón. El mensaje llega: a veces ya es tarde. Cuando se sale de una situación se tiende a pensar que el tiempo se detiene y este relato es un ejemplo de lo contrario.