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Curso 2016/17

sábado, 17 de octubre de 2009

EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR


Diego Navarro UBÉ


Clara había trabajado más de cuarenta años en una oficina del centro. Cada día de lunes a viernes, y más de un sábado, había acudido puntualmente a su puesto de trabajo, ahogada entre cuatro paredes, viendo pasar la vida ante sus ojos como si fuera una simple espectadora.

Sus primeros años no fueron así. Vivía para bailar. Se levantaba de la cama de un salto cada día, ponía el almuerzo en una tartera cubierta de recortes de revistas y salía a la calle llena de felicidad solo de pensar que después de las clases llegaría el ensayo. Iba a ser profesional, recorrer el mundo, poner en pie a los principales teatros…

La primera piedra de la celda en que quedaron encerrados para siempre sus sueños, la puso su rodilla izquierda. El dolor que sintió al oír el chasquido de sus ligamentos, no fue nada comparado con el de enterarse de que debía dejar de bailar para siempre. Siguió adelante con los estudios y al terminar el instituto se puso a trabajar, temporalmente, en una oficina.

Años después se casó. “El amor me salvará”, pensaba la pobre Clara. Tres años y dos abortos demostraron que se equivocaba. Un día se levantó y él ya no estaba. Lo único que se dejó fue una botella de vodka en la mesita del salón. Nunca se deshizo de ella.

Y entonces se rindió. De casa a la oficina y de la oficina a casa. Estaba viva, pues tenía pulso, pero dejó de intentar vivir. El día que se jubiló se sentó en el sofá de casa, y allí la encontraron cuatro días después los servicios de emergencias, con la botella en una mano, su tartera en el regazo y síntomas de deshidratación. Decidieron internarla, y en el psiquiátrico, los médicos, los mismos que le dejaron sin su sueño de bailar y el de tener hijos, la indultaron diagnosticándole alzheimer.

Conforme su maltrecho cerebro iba olvidando las penurias, la opresión en su corazón menguaba. Al cabo de una semana preguntó por su traje de bailarina y no paró hasta que le consiguieron uno. Pasado un mes ya daba clases a otros internos con el beneplácito de los doctores. Nunca una enfermedad había hecho tan feliz al enfermo que la padece. Nos dejó dos días después de que le hicieran esta fotografía. Pero no lloréis… El espectáculo debe continuar.



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