José Carlos Grajeda Pérez
—Pasea despacito al compás de sus zapatos, andando como quien no oculta nada en sus bolsillos, silbando contento y sonriendo por nada, niño por dentro, ladrón secreto…
Mirando a izquierda y derecha con desconfianza, dando un paso hacia delante y hablando bajito. —Pues cada día entra por lo menos en una casa ajena, utilizando siempre el mismo sistema: se quita los zapatos y se cuela en silencio en la oreja de cualquier pequeño que pase por allí. Una vez adentro, actúa como un trabajador incansable, pues su objetivo es salir en el interior de la casa. Así que de tanto en tanto saca su pluma gigante del bolsillo, y saltando sobre la lengua del chico, acaricia el paladar con energía hasta provocarle la risa. Luego corre deprisa hasta el tímpano y repite su nombre en voz baja una y otra vez. Al principio, todo hay que decirlo, esto no sirve de nada, pues las defensas del peque son altas, y el trance que provoca su voz parece no afectarle en absoluto. Sin embargo, con el paso del tiempo comienza a decir su nombre despacito. Llegados a este punto no se puede hacer nada, pues en un descuido, en una de esas veces en que el crío abre su boca diciendo…perdón que no lo diga… el ladrón sale por fin de su guarida y se apodera de toda la casa, y aún tiene el descaro de dejar alguna imagen suya en forma de peluche o pegatina, riéndose tanto del nene como de sus padres.
Paso hacia atrás y mirada altiva. —Y es por eso, señora duquesa, por lo que ve usted a ese ratón junto a la imagen de su hija. Ya lo ve, parece que por fin he conseguido atraparlo, y estando como está, dentro de un lienzo, creo, señora, que ya no se me va a escapar.
Hablando cada vez con más vehemencia. —Por eso nunca pronunciaré su nombre, pues en el fondo me aterra que ése del cuadro sea un impostor, que aún esté dentro y que al abrir la boca se me escape. Y lo último que yo querría es meter a un ratero en su casa, señora. Pues usted me lo ha dado todo, y yo no puedo pagar más que con mi lealtad y mi fidelidad. Por eso le pido un único favor, señora duquesa. Para estar seguros de que no se escape…para estar seguros…córteme la lengua… Pues si se escapa podría robaros algo más que una sonrisa. ¿Qué pasaría si os robara una carcajada entera?
Y dando un portazo, se marchó. Esa fue la última vez que el pintor trabajó para la casa de Alba.
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