Laura Roullier.
Mi dulce Cayetana:
Perdone usted mi forma de hablar, pero es que el tiempo me ha vuelto un poco hosco. Y es que todo influye en mi cambiante personalidad: estos pantalones rojos, que más que delantal de profesión ahora parecen el uniforme de preso del Infierno; o esos niños de la nueva generación que se burlan de mí por ser negro; o esas compañías cinematográficas que ya no me quieren porque soy bidimensional.
Pero ante todo fue usted, Cayetana, usted, la que determinó mi actual forma de ser. ¿Recuerda esa excursión que hizo a Disneylandia? Pues déjeme aclarar una cosa: yo no era ese tipo del disfraz. Yo no era esa parodia de ratón que se quitó la cabeza, descubrió un cincuentón calvo y le pidió un autógrafo. ¡No! Jamás le hubiera hecho tal cosa, pero usted no me creyó y decidió ignorarme desde entonces.
Intenté recuperar su confianza por todos los medios posibles: tomé hormonas para hacer mi voz más ridícula y llamativa, inventé el merchadising para perseguirla, e incluso Papá Walt me regaló una ratoncita con falda para ponerla celosa. Pero fracasé en todo y hoy, rendido, escribo esta carta en caso de que quiera conocer la verdad detrás de su trauma. Si consigue entenderme, estaré esperándola en aquel cuadro de su niñez, donde usted es demasiado joven para tener prejuicios y donde yo aún puedo amarla libremente.
Siempre suyo,
Mickey.
No hay comentarios:
Publicar un comentario