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Curso 2016/17

miércoles, 21 de octubre de 2009

Un paquete desde USA


Pura Simón

Cualquier niño de entonces hubiera deseado tener un tío en América. Bueno, algunos lo tenían pero por motivos diferentes, porque a fuerza de trazar un futuro mejor para los suyos había zarpado en singladuras que duraban meses y nunca más volvieron a tener noticias de él. Pero ella no sólo lo tenía sino que además cada verano la visitaba puntualmente desplegando todo un escaparate de caprichos inimaginables. Claro que ella no era una niña corriente de las que jugaban en las polvorientas calles tirando de un cordel atado a una herrumbrosa lata o saltando tras un tejuelo entre las cuadrículas marcadas con un palo en la tierra. Ella era la hija de Jacobo Stuart Fitz James, decimoséptimo duque de Alba, y su vida transcurría entre tatas que la acicalaban cual muñeca de porcelana y preceptores que la adiestraban en el dominio de varios idiomas, en el virtuosismo ante las teclas de un piano y en la destreza con las riendas de un caballo.

La llegada del tío Freddy, apelativo con el que se le conocía en el ámbito familiar, siempre era motivo de excitación para la pequeña aristócrata, ya que su presencia inundaba la residencia de alegría debido a su carácter jovial, algo que no abundaba entre los moradores de palacio, y a las novedades que traía procedentes de los más selectos círculos de la sociedad estadounidense: desde el último modelo de descapotable a la última moda en corte de pelo.

Pero aquel verano de 1929 el tío Freddy no pudo cumplir con su cita estival, ya que debía atender con urgencia a sus finanzas, que veía resquebrajarse sin piedad. Aun así, no se olvidó de Cayetanita, por lo que el día en que llegó a palacio de allende los mares el último regalo que iba a recibir del adorado tío sería uno de los que recordaría como más felices de su infancia. Tras rasgar con inquietud el recio papel de estraza que envolvía el preciado paquete, descubrió a un simpático personaje que la miraba con las orejas tiesas y los ojos como platos como si se alegrara de conocerla. Aquella ricura de ratón, vestido con peto rojo y guantes amarillos, nada tenía que ver con ninguno de su colección de muñecos de trapo y paja. Aquel era un muñeco moderno, como recordaría siempre que había sido también el tío Freddy.

Así fue no sólo cómo llegó Mickey Mouse a la casa de Alba, donde se acostumbró a moverse entre códices, goyas y picassos, sino también cómo llegó a España, donde años más tarde se convertiría, al igual que en el resto del planeta, en ídolo del mundo infantil.


Pura Simón

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