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Curso 2016/17

sábado, 17 de octubre de 2009

EL TÍO ERNESTO



Pura Simón

Al tío Ernesto le gustaba vestirse de mujer. Nadie lo hubiera sospechado al verlo salir todas las mañanas del portal de su casa con su impecable traje gris marengo camino de la oficina. Algún atisbo de su secreta afición ya había dado unas cuantas veces con motivo de diversas fiestas familiares, cuando el grado de alcohol consumido dejaba al descubierto su gracejo y espontaneidad. Pero una cosa era esta inocente concurrencia, aplaudida y reída por todos sin más, y otra dar rienda suelta a sus escandalosas inclinaciones exhibiéndose en un tugurio nocturno. Y es que, según aseguraban todos, eso fue lo que llevó a la tumba a la abuela Rosario.

Ernesto, todos los viernes, desplegaba sus dotes artísticas en un viejo y no muy recomendable cabaret del casco antiguo de la ciudad. Allí era donde verdaderamente se sentía realizado; no había ninguna de "las grandes" del mundo de la canción que se le resistiera, y la respuesta del público, siempre generosa en ovaciones, le producía una felicidad no lograda de ninguna otra manera.

La cita semanal en el casino, el mismo día de la semana y a la misma hora, para la partida de mus, hacía tiempo que había dado paso a las bambalinas, los focos y las plumas, pero seguía siendo una coartada perfecta para poder ausentarse de casa sin la menor sospecha. Por lo que la mañana que apareció en la primera plana del periódico local vestido con su tutú y cardado y peinado como una pepona, tras haber sido arrestado por escándalo en la vía pública, el bochorno familiar fue descomunal.
-¡Dios, qué verguenza! Ernestito expuesto de esa guisa ante todo el mundo. El honor de la familia Gutiérrez Cabedo mancillado de una manera tan soez y barriobajera. ¡Si si santo marido, don Ernesto, coronel de infantería, levantara la cabeza! Clamaba su pobre madre.

Y es que eran tiempos en que palabras como "decencia" y "honra" pesaban como una losa en la sociedad y el desvío de la norma social y el uso de la libertad individual podían ser castigados cruelmente, dejando una marca difícil de borrar.

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